Atardecer del 25 de Julio de 1951
Atardecer
del 25 de Julio de 1951
Cruzando la Alameda de Hércules, una
multitud semejando un enjambre, avanza en dirección a la calle Relator. Los
vecinos se asoman a los balcones y salen a las puertas para verla pasar. “¡Un
ahogado! ¡Un ahogado!”. Las mujeres se persignan y por lo bajo se escucha la
pregunta: “¿Quién es? ¿Quién es?”. Entre tanto bullicio no pueden ver.
La comitiva se detiene frente al
número 18. La mujer que espera ansiosa en la puerta, picada por la curiosidad,
al verlos pararse ante ella retiene un lamento y se desvanece.
Medio
día del 25 de Julio de 1961
Luis saca el inmaculado pañuelo del
bolsillo de su pantalón y se limpia el sudor de la frente. Hace calor este
medio día de Julio. Las aspas lentas del ventilador del techo parecen no dar
mucho resultado. En esta tierra del sur y en esta época del año, del cielo
llueve fuego. Sentado en un acristalado bar de la Alameda de Hércules, con una
caña Cruzcampo ante sí, espera. Por el cristal empañado del vaso se deslizan
frías gotas que dejan un rastro culebrinoso. Por momentos se impacienta.
No pasan muchos instantes antes de que
lleguen Paco y Miguel, ambos abrazados como buenos compadres y derrochando
esa campechanidad y chulería que los ha
caracterizado siempre. Luis no es así, Luis se siente muy distinto a ellos.
Se acercan, se saludan, se abrazan,
toman asiento y entre risas preguntan el por qué de esa imprevista citación
para almorzar juntos. Hace años que no se ven. Lo que antaño fue una amistad
sin límites se fue embarrando con el tiempo hasta quedar hundida por completo
en el fango. Fue Luis el que se separó, Paco y Miguel nunca perdieron el
contacto.
En un principio a Luis se a aturrullan
las palabras, y se siente fuera de sitio. Tal vez ha sido un error el convocar este
almuerzo. Los otros dos piden unas cañas, mientras leen la carta del menú. Luis
suelta a bocajarro:
-
Hoy hace diez
años.
El asombro, la perplejidad y la
contrariedad se muestran en los rostros de los otros dos amigos.
-
Venga hombre, no
es para tanto.
-
Para mí sí lo es.
Miguel y Paco lo miran confundidos y
Luis hace frente a sus miradas. Les argumenta que necesita hablar de aquello.
-
Tú estás loco. ¿A
estas alturas? ¿Acaso te olvidas que fue a ti a quién se le ocurrió la idea?
Luis se sostiene la cabeza con las
manos y mira al suelo. Su interior es un hervidero de dudas y pesadumbre. Se
siente acorralado entre sus propios sentimientos.
-
Mira Luis, lo que
pasó, pasó. Ya es momento de que esté todo superado.
Luis vuelve a sacar el pañuelo blanco,
se vuelve a secar el sudor, duda y calla.
Tarde
del 25 de Julio de 1951
Luisillo, Paquito y Miguel juegan en
la boca de riego situada en la puerta de la casa de vecinos en la que viven. A
estas horas de la tarde la calle está casi desierta, es la hora de la siesta y
cada cual intenta dar una cabezada, bien recostados en la mecedora, a la sombra
de la parra del patio. Los niños no. Los niños no duermen la siesta, aprovechan
el sopor de los mayores para escapar a la calle y desmadrarse en las mil y una
travesuras que tienen prohibidas.
De tanto en tanto, pasa alguna que
otra reunión con la cesta de la merienda. Van a bañarse al río, camino de las
“playas” de “La Barqueta” o “Los Humeros”. Ellos los miran con cierta envidia y
deseo.
Entre risas y gritos ahogados se
empapan con el agua de la boca de riego. Es divertido poner la mano en la
salida y que el líquido salga a presión, aspersor desconocido que cubre de
finísimas gotas sus cuerpecillos menudos y bronceados. No perdonan los rayos
del sol que estén todo el día jugando en la calle y los tuesta sin miramientos.
Revolviendo la esquina ven llegar a
Joaquín, el hijo del torero “Lamparita” que vive en la calle paralela. No les
cae bien Joaquín. A todas luces es un niño pudiente y algo engreído viviendo en
una casa individual, y que dispone de unas comodidades de las que ellos
carecen. Joaquín alardea de que poseen nevera y bañera, accesorios casi
desconocidos para ellos.
Tras de Joaquín aparece el carro de la
nieve tirado por un mulo y chorreando agua helada. Corren a encaramarse a él a
pesar de las reprimendas del dueño y saborean las frías gotas como un elixir.
-
“¡Un polo, un
polo!” - y simulan chupar esos polos
imaginarios sacando al aire pegajoso las sonrosadas lenguas.
De repente Luisillo, el más avispado
pone cara de pícaro y lanza la propuesta:
-
¿Vamos a bañarnos
al río?
Las caras de todos muestran sorpresa
regocijo y miedo. Saben que no les está permitido.
-
No se van a
enterar, podemos volver antes de que se vaya el sol.
-
¡Vamos!, ¡Vamos!
– corean algunos.
Sin pensarlo dos veces asienten
enfebrecidos por la idea.
-
Yo no voy, a mí
no me dejan , me marcho a casa
Y Joaquín da media vuelta para irse.
-
“¡Cobardica!, ¡Cobardica!,
-
“¡Eres una niña!
¡Mariquita que barre con la escobita!”
Y Joaquín hace unos pucheros que no
quiere hacer y en un acto de valentía ignora la reprimenda y se une a la
comitiva que cruza veloz la calle hasta llegar a la “playa” de “La Barqueta”.
La “playa” de “La Barqueta” está
abarrotada aquél 25 de de julio, fiesta nacional en honor de Santiago. Los
cuatro amigos rompen el viento en una carrera vertiginosa en dirección a la
orilla del río, la sonrisa abierta y limpia deja entrever una felicidad a duras
penas contenida. “¡Cobarde el último!” y todos a una se meten en el agua.
Se zambullen, se salpican, se dan
ahogadillas, y entre risas y nerviosismo alguien propone jugar a ver quien
aguanta más debajo del agua.
Luisillo, Paquito y Miguel siempre
vencen el reto casi al unísono. Picardeados por otras escapadas al río, conocen
a la perfección sus capacidades en el agua. Joaquín se retrae. El no está tan
suelto como sus amigos, sus padres siempre le han prohibido ir al río y él ha
obedecido. La educación que ha recibido no le ha dado opción a lo contrario. Joaquín
tampoco sabe nadar.
Se meten bajo el agua y Joaquín desde
fuera cuenta hasta que salen: “Uno, dos, tres, cuatro…” A veces llega hasta
cincuenta.
Incitan a Joaquín a que lo intente y a
regañadientes lo hace, pero tan solo llega a diez. Los demás se ríen de él y se
burlan. Vuelven a decirle “¡Mariquita, barre con la escobita!”, y el vuelve a
hacer pucheros. Quiere irse a casa con su madre. Seguramente ya estará
impaciente por su tardanza.
-
Nos iremos cuando
seas capaz de aguantar hasta veinte. Nosotros te ayudamos.
Y Joaquín se zambulle de nuevo
reteniendo el aire todo lo que puede para conseguir llegar a veinte y regresar
a casa.
No sabe por cuánto va pero ya no puede
más. Decide salir a la superficie, hará caso omiso a lo que le digan y se irá
aunque sea solo. No quiere seguir con el juego. Intenta sacar la cabeza pero no
puede, algo se lo impide, algo que lo sujeta por la cintura y por los pies y lo
mantiene pegado al fondo lodoso del río. Tira con fuerza. Nada. Lo intenta de
nuevo e igualmente, nada. No puede salir. Lo que lo sujeta tiene más fuerza que
él.
Joaquín nota como los pulmones
protestan por la falta de oxígeno e instintivamente abre la boca para tomar
aire. Vano intento, lo único que entra por ella es agua a raudales, agua
salobre y densa que sabe a humedad y a fango. Se asusta, patalea y vuelve a
intentar desasirse de lo que lo mantiene inmóvil. Quiere gritar pero solo
consigue que le entre más agua en la boca. Su chapoteo levanta el barro del
fondo y él traga barro, que se cuela también por sus fosas nasales y por sus
oídos. Hace un último intento de soltarse pero ya yo tiene fuerzas. Joaquín
abandona la lucha y nota como la presión del agua tragada lastima sus pulmones
y su estómago. Le parece que van a estallar. Se deja llevar. Y se va. Poco a
poco Joaquín se va…
-
…¡¡¡Y
doscientos!!!
Luisillo canta el final de la cuenta y
toca los hombros de Miguel y Paquito para avisarles. Ambos salen rápidos del
agua preguntando a cuanto habían llegado.
-
¡A doscientos!
Pero Joaquín no sale.
Medio
día del 25 de Julio de 1961
-
¿Y qué quieres
que hagamos ahora? Al fin y al cabo tan solo fue un ahogado más. Había tantos
todos los veranos…
-
¿Habéis probado
la merluza rebozada?
Luis vuelve a sacar el pañuelo y a
secarse el sudor.
*Imagen "Niños en la Playa" - Valeria Ulman
Es terriblemente dolorosa esta historia y creo que tiene su razón en la incertidumbre de dejarnos con la duda de qué habrá pasado. Por alguna razón no puedo sindicar de lleno a Luis aunque los indicios parecen señalarlo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Verdial, me dejaste con los nervios de punta!!
El Drac, sí que lo es. Aunque la trama es ficción, es cierto que muchos chavales acababan ahogados en el río.
ResponderEliminarTómate una infusión de tila para relajarte.
Un abrazo
Aunque tu historia haya bastante de ficción no deja de ser una realidad, que muchos han habido como un tal Joaquín.
ResponderEliminarBonito escrito.
Un abrazo
Me ha recordado esta historia una día que, en las mismas circunstancias, acabé en Chapina con unos amigos.
ResponderEliminarEstaban cegando el río y había unos remolinos temibles. Gracias a Dios mi miedo fue mayor que la vergüenza de no pasar del agua por la rodilla y me volví para la Alfalfa.
Cuando llegué a casa cobre en condiciones, mi madre cuando me olió descubrió de dónde venía y me calentó para recordarme lo que no debía hacer.
Un beso y maravilloso relato.
Beautiful and touching story, beautifully written.
ResponderEliminarGreetings.
Drámatica historia, pero, desgraciadamente, ajustada a la realidad. Cuando se mezcla la irresponsabilidad y travesura infantil (a veces no tan infantil), con el orgullo, supuestamente, herido.
ResponderEliminarLa he leido y releido. Está perfectamente escrita y maravillosamente desarrollada en los acontecimientos.
Un abrazo.
Me hiciste recordar mi infancia y mi juventud, cuando, efectivamete, todos los veranos moria alguien ahogado en el rio...
ResponderEliminarAh, el color azul de los ahogados, cuando al fin los sacaban...
Un abrazo, amiga
Al final la reunión sólo les llevó a llenarse la barriga. Como se dice por aquí:" El muerto al hoyo y el vivo al bollo".
ResponderEliminarCuántas locuras en nombre de una errada valentía.
Besos
Uffffffffff mi gitana andaluza querida, mi verde más artista...hoy me has tenido en un hilo...desgarradora y real, tan real como la vida misma...cuantos niños y jovencitos pierden sus vidas en momentos parecidos...tremendo.Como enganchas...eres puro arte mi alma.
ResponderEliminarTe dejo mi abrazotedecisivo lleno de cariño
La primera vez que entre en tu blog, me gusto mucho, hoy me ha encantado leer un relato fantastico.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Por un lado la ingenuidad de los niños en sus juegos. Por otro, el remordimiento de quien ha crecido y lo ve con distintos ojos. Precioso contraste.
ResponderEliminarUn besazo enorme!
Será ficción, pero es tan real, tantos casos parecidos conocemos.
ResponderEliminarJuegos de niños, juegos de mayores...Conmovedor.
Un abrazo.
Teresa
Ah esa Alameda de Hércules... me trajiste recuerdos de mis viajes a Sevilla.
ResponderEliminarY la historia también me recordó otros ahogados, en el mar, cuando estaba en la Cruz Roja :(
Y tan bien contada... :)
dos abrazos y un beso
Hola Verdial,
ResponderEliminarLos niños a veces pueden resultar muy crueles. Terrible historia la que has contado, pero lo que más me sorprende es la falta de culpabilidad al convertirse en adultos.
Una historia dura e inolvidable para su protagonistas, en mi pueblo vivimos un caso parecido.
ResponderEliminarun fuerte saludo
fus
Que preciosos momentos...
ResponderEliminarSaludos y feliz domingo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVerdial
ResponderEliminarLeí tu relato y me pareció haber dejado un comentario que hoy volviendo a pasar no he visto.
Una dura y cruel historia , real, y que queda en la conciencia...a quien tiene sentimientos..
Recibe mi saludo.
Coincido con el comentario de Lola ¡qué facilidad la de Paco y Miguel para sobrellevar los pecados del pasado! Luis parece más consciente... pero tampoco hace nada. ¿Serviría de algo? Creo que nunca lo sabrá.
ResponderEliminarUna narrativa perfecta.
Abrazos, Verdial
Yo lo leo como una denuncia a toda la sociedad, que permite situaciones semejantes.
ResponderEliminarY es que la gran mayoría de los marginados tiene solución si de verdad amásemos a nuestro prójimo. O, usando expresión más "laica", si fuésemos justos.
Un abrazo, Verdial. Cisco está durmiendo, ya le contaré mañana sobre tu buenísima entrada.
Vaya... Yo era miedosa como Joaquín, menos mal lo tenía muy asumido después de caerme varias veces de la bicicleta por carreras insólitas con mis amigas más atrevidas y expertas joooo...
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