8:15p.m.
Como
todos los días, Carmelo, de 68 años, vuelve a casa con dos carritos de la
compra repletos de “tesoros” hallados en los contenedores del barrio. Lleva
años haciéndolo. Carmelo sufre además del síndrome de Diógenes, trastornos
mentales como delirios paranoides, esquizofrenia, demencia senil y psicosis. Se
ha alejado tanto de la higiene como de la alimentación, y de noche sufre
pesadillas.
No
quiere ayuda de nadie y ni por asomo desea
recordar las veces que los responsables de los Servicios Sociales del
ayuntamiento han llegado a su casa para hacerle una “limpieza”. Han entrado con
sus buzos, guantes y mascarillas blancas y han sacado de allí más de cinco
toneladas de basura, han desinfectado la vivienda y la han fumigado y desratizado.
Carmelo lloraba viendo como le robaban sus cosas, cosas que para él, formaban
parte de sí mismo, y que se había pasado años coleccionando. Estos hechos
acentuaron aún más su desequilibrio.
Hoy, al
acercarse a la puerta de entrada, cerrada a medias por la hinchazón causada por
la humedad, distingue algo fuera de lo habitual. A medida que se va aproximando
comprueba que en la misma hay, pegada con una tira adhesiva de color naranja
fosforescente, una hoja de papel. Así, a lo lejos, le parece que el papel
contiene unas líneas pero no está seguro. Su vista ya no es la que era, y
además “el lejos” no lo domina lo suficientemente bien.
“Otra
notita del Ayuntamiento” se dice pensando que de nuevo le instaban a que
saneara la vivienda. “Pues estas jodidas notitas me las paso yo por las
pelotas” y continua acercándose hasta llegar a la altura de la misma.
Con una
pésima letra y abundantes faltas de ortografía, el papel deja leer:
“
dentro de beinticuatro oras un ladriyo caera sobre tu cabesa y acabara con tu bida”
Se mira
el reloj de pulsera que había encontrado en los desechos de unos grandes
almacenes y comprobó la hora. Las 8.55 pm.
8.56 p.m.
Arranca el papel de la puerta, hace con él
una bola y se lo guarda. No está él para amenazas, menos aún cuando cree estar
seguro de quién es el autor del mismo.
Se mete
en su casa con sus “tesoros” y el papel en el bolsillo, toma dos sorbos de un
paquete de sopa que había encontrado durante la jornada, deja encendida una
vela al lado del cartón que hace las veces de colchón y se echa en él para
dormir hasta el día siguiente.
Le
cuesta dormirse.
3.30 a.m.
Despierta
de madrugada con cierta intranquilidad. No quiere reconocerlo pero la nota lo
inquieta un poco. Sabe que es obra del “Flauta”, un tipo delgado como una
flauta con el que día sí y día también mantiene una disputa a causa de lo
recaudado en los contenedores. Siempre pelean por los mismos objetos o
alimentos encontrados. Y el Flauta gasta muy mala leche, no le extraña a él que
en cualquier momento de distracción le aseste con el maldito ladrillo en la
cabeza en venganza de lo que según él, Carmelo le había arrebatado. Desde
luego, en eso de “…y acabará con tu vida” se había pasado pero que mucho. Una
cosa es amenazar y otra aterrorizar, porque visto así, a estas horas de la
noche, Carmelo estaba empezando a aterrorizarse.
Se
levanta y da varios paseos por el descansillo mientras se muerde las
ennegrecidas uñas. Está demasiado agobiado.
Mañana se levantaría más temprano para hacer
la ronda antes y evitar encontrarse con él. Cada cosa a su tiempo. Intenta volverse a
dormir pero tan solo consigue dar vueltas y más vueltas. No, no se saldría con
la suya. Si lo que quería era meterle miedo casi lo había conseguido, pero eso
no quería decir nada. El sabe lo que tiene que hacer.
6.15 a.m.
Lo
primero que hace Carmelo al levantarse es tomar dos tragos de aguardiente y
salir de nuevo a la calle a rebuscar entre la basura. Tal y como tenía previsto hoy lo hace antes de
lo habitual, aunque por lo general siempre lo hace bien temprano para llegar a
los contenedores antes que los encargados de la limpieza pública. Tiene que
darse prisa porque él no era el único que se pasa las horas rebuscando entre
los desperdicios. Hay otros muchos como él casi en idénticas condiciones de
supervivencia y con el mismo afán de coleccionismo.
Del
Flauta, ni rastro. Mejor. Ya llegaría el momento.
2:05 p.m.
Termina
pronto y regresa a casa casi sigilosamente, sobresaltándose con cada paso que
escucha detrás de él. El camino se le hace interminable. Le tiemblan las manos
cuando empieza a descargar su mercancía, generalmente desechos inservibles, y
comienza a colocarlas por donde puede, porque en la vivienda ya no cabe ni un
alfiler. Carmelo hace la vida en el descansillo de la escalera. Allí come,
(cuando come), duerme y hace sus necesidades en un orinal. Para suerte de él la
cuarta planta del edificio que habita está vacía, por lo que no tiene que
preocuparse por los vecinos de alrededor, pero sí con los de las demás plantas,
que con sus continuas quejas y denuncias le tienen amargada la existencia.
La
acumulación de trastos, ropas y desperdicios han atraído a ratas, ratones y
cucarachas. El hedor es insoportable y un enjambre de moscas está siempre
pululando por sus enseres, sin embargo Carmelo parece no notarlo, es más, se
siente totalmente feliz con su sistema de vida, una vida en soledad rodeado de
inmundicias malolientes y putrefactas.
2:50 p.m.
Se saca
la nota del bolsillo, vuelve a leerla y se caga en los muertos del Flauta. “Va
listo si se piensa que se va a salir con la suya”.
Se pasa
la tarde dando vueltas a la nota y pensando su venganza. A las 8.00 p.m. decide
salir.
8.05 p.m.
Carmelo
sale a la calle dispuesto a buscar al Flauta. Antes se pasa por un solar
cercano a media construcción y se hace con un pesado ladrillo. Lo guarda en el
bolsillo opuesto del que lleva el papel y empieza la búsqueda. El primer
recorrido que hace no da resultados, pero a la segunda ronda lo divisa sentado
en la esquina de una calle, con la cabeza gacha como dormitando. No tiene dudas
de que está borracho.
Se
acerca un poco sigiloso al principio y más firme después al ver que el otro
permanece inamovible. Se sitúa delante. El Flauta ni se inmuta.
“Tú
sabandija, da la cara”.
Nada.
“A mí no
me la pegas ni me amenazas, hijo de puta”.
Nada.
“Me
estás tocando los cojones”.
Nada.
Y sin pensarlo
descargó en ladrillo en su sien izquierda con toda la fuerza, la rabia y el
odio que fue capaz. El Flauta cayó hacia un lado, la cabeza abierta, la cara
ensangrentada.
Comenzó
a arremolinarse gente. Una sirena sonó a lo lejos. Carmelo permanecía inmóvil y
tranquilo.
“Está
muerto” aseguró el facultativo que lo atendió.
“Ha sido
él” dijo alguien cuando se acercó la fuerza de seguridad.
Carmelo seguía
mudo, la boca descolgada y los ojos ausentes. Parecía no encontrarse en este
mundo. No opuso resistencia cuando lo detuvieron, tan solo dijo: “No se salió
con la suya”.
Eran las
8.55 p.m.
Lo
registraron y sacaron el papel que permanecía arrugado en uno de sus bolsillos.
El policía lo leyó:
“Le
comunicamos que en veinticuatro horas pasaremos por su domicilio para proceder
a efectuar la limpieza y fumigación del mismo. Le rogamos deje la puerta
abierta si no va a estar. Servicios Sociales”.
*Imagen: "Mendigo" - Antonio Jorge Benvenuti Puntillismo-Tinta China - 1974
No fue su afán de coleccionismo el que acabó con él, sólo su miedo. Como nos puede pasar a todos.
ResponderEliminarUn gran personaje dibujado con brochazos vigorosos.
Un abrazo, Verdial
Hay que ver cómo nos puede manipular el miedo. Siempre consigues sorprenderme, Verdial.Estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo
Verdial, estoy atontado. He comentado esta entrada en la anterior, "Cuando quema julio". Perdóname, guapa. Un abrazo.
ResponderEliminarManipulación del miedo en toda su extensión. Me ha cautivado tu forma de narrar la historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Again, a wonderful story .... I greet you ... hug!
ResponderEliminarVerdial...vete preparándote porque este año tendrás que venir a mi pueblo, para leer tus relatos en la semana cultural que haga...me tienes encandilada...es un placer la lectura contigo...que sensaciones...a flor de piel.
ResponderEliminarTe dejo mi abrazotedecisivo lleno de cariño ya casi, casi con mis pies en el mar...este fin de semana tomo distancia del monte... y voy a la costa, lo necesito mucho.
Muacks guapa
Conocí a varias personas que padecían el síndrome de Diógenes, durante años pasaba cada día delante de sus puertas camino del colegio primero y del trabajo después... era tremendo verlos demacrarse y hundirse en la locura. El miedo es nuestro peor enemigo, sí. Dios nos libre de él
ResponderEliminarUn relato magníficamente relatado y durísimo :(
abrazos
Verdial: Cuando estuve hospitalizada, había todo clase de enfermos, como dices en tu retazo. La solución, internarlos en un centro adecuado y, no ocurrírían semejantes desgracias.(Medicación)
ResponderEliminarEl hombre lo imaginaba todo---> parannoide, ----> esquizofrenia, y si fuese poco el mal de Diógenes.
un abrazo inmenso.
maite
Es conmovedor el relato. Me invade una tremenda compasión por el pobre Carmelo y el Flauta. Las "puntadas" del texto imaginario y del real bordan este magnífico relato.
ResponderEliminarFelicidades Verdial.
Un abrazo
Teresa
Cada día te superas. ¿cuantos Carmelos y Flautas tenemos cerca y los ignoramos?.
ResponderEliminarUn abrazo.
El miedo te hace ver cosas que no existen.
ResponderEliminarMuy buen relato Verdial.
Que pases una estupenda semana.
Besos.
Un relato escalofriante, amiga... Magnificamente construido.
ResponderEliminarAy, que compleja es la vida...
Un abrazo fuerte
Que relato tan estremhoecedor y tan bien hecho.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Verdial, nos tienes acostumbrados a tus buenisimos relatos y este se lee con tanto interés...No esperaba el final que me ha sorprendido...muy real.
ResponderEliminarRecibe mi saludo.
Al miedo le gusta jugar y gana la partida con unos cuantos movimientos, ni siquiera nos damos cuenta de sus jugadas, solo cuando se reacciona y vemos su resultado...abrazzzusss
ResponderEliminarMe dan mucha pena estos enfermos, tengo un terror grande de que pudiera ocurrirme algo así en mi vida.
ResponderEliminarUn beso
Tu relato es muy conmovedor, desgraciadamente todavía hay muchos como Carmelo.
ResponderEliminarUnos días atrás con temperaturas muy bajas y en un país rico hay gente que todavía duerme en la calle.
Esperemos que no nos toque esta enfermedad tan desequilibrada.
Un beso
Carmelo me recuerda a otro viejo loco, un tal Alonso Quijano (Don Quijote) quien, al igual que él, pierde la razón por encerrarse en su propia soledad y ser presa de sus propios fantasmas.
ResponderEliminarUna interesante historia.
Saludos
Lo del ladrillo, me ha dejado muerto... nunca mejor dicho... jajaja
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Bueno, tocas con este relato un tema que siempre me ha parecido fascinante, me ha gustado muchísimo...
ResponderEliminar