domingo

Sueño

   
Una noche desperté sobresaltada por mi sueño. La luna se mostraba a poca altura y alumbraba la parte baja del jardín. Estaba desmochada, último retazo de luna llena bailando entre las nubes en movimiento.
Corría una brisa desapacible, provocada por un descenso de la temperatura en aquel principio de otoño, lanzando un triste y susurrante lamento que se escurría entre los pinos y los abetos. Tras la ventana se colaba un olor a chimenea, a humo de leña, a hojas putrefactas o muertas, prematuro mensaje del invierno.

No acertaba a recordar que había soñado. Debió ser un sueño tétrico, porque el sudor empapaba mi pelo y adhería a mi cuerpo las sábanas de algodón.

De repente la luna quedó opacada por una nube y la oscuridad se hizo patente. De un saltó salí de la cama con el corazón desbocado y entre temerosa de un mal presagio en tu habitación.
La luz del pasillo, sin embargo, hacía percibir tu silueta inocentemente dormida. Mejillas redondeadas que se adivinaban rosáceas en la penumbra.

Quedé largo rato observando tu respiración, pausada, tranquila, en alas de un sueño dulce y sereno. Con dedos temblorosos recorrí la silueta de tu cuerpecito que permanecía desmadejadamente grácil. Te contemple largamente, disfrutando de tu presencia, de tu vida, de tu ser, lo más querido por mí. Respiré tranquila ante tu tranquilidad, y plena por sentirte vivo. En aquél tiempo temía mucho una terrSueñoobsesionada por el sueño que no recordaba. Y se me ocurrió que tal vez la respuesta me la dieses tú mismo en un futuro lejano, cuando ya fueras todo un hombre, como efectivamente ha sucedido.

Fuera, la luna volvía a bañar de plata todo lo que su luz alcanzaba.

(Inexplicablemente ese miedo a perderte prematuramente cimencé a sentirlo desde el mismo momento de tu concepción. Por temporadas se hacía tan intenso que me sentí obligada a recurrir a la ciencia médica para superarlo. Nunca conseguí erradicarlo. Y finalmente ese miedo se hizo real en la más abstractas de las situaciones, porque algo así resulta incomprensible. Terrible y sangrante dolor.
Y pienso  (siento) que sin lugar a dudas los lazos de unión entre madre e hijo llegan más allá de lo estrictamente conocido).   

miércoles

Ella


He vuelto a revivir esa punzada tan afilada de aquellos días oscuros e igualmente me ha hecho añicos las entrañas.

Como entonces.

Y no es por la gravedad en sí, bien distinta por fortuna, de la que afronté y encaré, sino porque siento lo que ella siente, pienso lo que ella piensa y sufro lo que ella sufre.

Y yo quisiera estar a cada instante a su lado en sus días y en sus noches, colarme entre los vahos de sus pensamientos y apretarla fuerte, muy fuerte, para quitar a sí la mitad de su peso y cargarlo yo sobre los callos de mi alma, tan acostumbrada ya.

 Ya sé que no es nada, solos días de trasiego y desbarajustes que pasarán pronto y se difuminarán en la nada del futuro, un futuro con final distinto, pero yo sé que ella se intranquiliza , se preocupa.

Yo quiero estar con ella.

Yo… la quiero tanto…

domingo

Día 1

Todas las esperanzas puestas en aquella sala.
Y todos los miedos también.

Bolas de algodón en forma de angustia se abren paso en la cavidad de las entrañas; lento tictac del reloj con vagas muestras de continuar su camino.

Murmullos. Sordos murmullos enmarañan la estancia, conversaciones apagadas, toses, risas, que como salidos de otra dimensión se entrelazan en un zumbido molesto. La mirada no pierde detalle del ojo de buey de la puerta por si se percibiera en el interior un movimiento, un sonido… por si lo viera.

Pero no lo ve a él, solo camillas alineadas a lo lejos con palos de goteros a la cabecera. Bultos en las camillas. Casi no se ven, casi no se distinguen.

Espera, una espera más, siempre esperando.

El vientre late y se hace sentir. No, no es él quien lo habita, eso fue hace mucho, en otro tiempo muy pasado y muy presente. El vientre está ahora vacío y una camilla detrás del ojo de buey llena.

Viene. Cansado, herido, dolorido. Metafóricamente se acomoda otra vez en el vientre buscando la protección que le falta.

Ojos, uno, brilla cargado de miedo. Llora, tiembla, se estremece.

Noche. Fresca, oscura, tenebrosa.
Velando a su lado hasta el amanecer.
Descansa.
El espíritu se relaja y la luz llega.
Día nuevo.

Esperanza.

Imagen; sin datos - internet

jueves

Tenazas



 Esas frías tenazas de acero que de tanto en tanto se atreven a pinzar en las entrañas; hirientes, crueles, inmisericordes… Pero te acostumbras, igual que te acostumbras a llevar las orejas perforadas para lucir los pendientes o a esos tacones de vértigo que te destrozan los pies.

 No es igual pero te acostumbras y poco a poco te haces su aliada. Hoy, atravesaremos juntas el puente.


*Imagen: Óleo Dusan Djkaric

viernes

La Carta

(18 de Mayo de 2012- 20.45 p.m.)

No siempre es fácil recibir una carta, sobre todo cuando esa carta la remite la Unidad de Mama del Hospital  Virgen de Valme y tú ni siquiera te acuerdas de que hace solo unos días te sometiste a un reconocimiento preventivo y rutinario.  

No, no es fácil.

Incapaz de abrirla por el momento, comienzas a darle vueltas y más vueltas entre tus manos con dedos temblorosos, intentando adivinar que palabras han escrito en su interior. La dejas sobre la mesa, la vuelves a coger, la vuelves a soltar y de cuando en cuando miras tras la ventana como se empieza a romper  esa tarde de primavera. “Primavera Maldita”, te dices. Y a vueltas de nuevo con la carta.

En un arranque de valentía te arrojas a abrirla, todo sea por aplacar ese loco corazón que te late inmisericorde en la garganta, (por aplacarlo o por destrozarlo).  Una nueva mirada a la ventana y rasgas el sobre incapaz de controlar tu temblor.

Primero la lees de corrido para terminar pronto y te saltas más de dos y tres palabras. No has entendido casi nada. Pero ya has hecho lo más difícil, por lo que vuelves a leerla de nuevo, esta vez más despacio y consciente de lo que lees. La dejas  suavemente sobre la mesa y de nuevo tus ojos vuelven a la ventana.

La tarde se ha roto por completo.

*Imagen: “El Lector Final – La Carta” Antoni Tàpies – óleo sobre tela - 1950

jueves

El Principio


(12 de Febrero de 2012)

 Aquél día, cuando comenzó a caer la tarde, tuve la convicción de que todo estaba cambiando. No fue un presentimiento, ni una de esas intuiciones que a veces cruzan veloces como relámpagos por los entresijos de la mente. Tampoco fue el amago de un sueño escondido. No. Fue una certeza. Esa certeza no me inquietó ni me amedrentó. Tampoco me invitó a descubrir qué era lo que se estaba transformando. Simplemente me hizo consciente de que estaba ahí; tal vez aún era pronto para que se mostrara en toda su intensidad.
Yo la dejé estar y no hice nada, simplemente me entretuve observando cómo afuera, la noche caía a trompicones.

*Imagen:  de Jacob van Ruysdael.

De Madera



Muchas veces a lo largo de su vida deseó ser un muñeco. Pero no un muñeco cualquiera, sino aquél de madera que desde que era pequeño colgaba pendido de los hilos que lo sostenían  de las manos y los pies, sujeto por un clavo a la pared. Pantalón negro, camisa a cuadros verdes, chaleco rojo, y unos zapatones negros con una gran hebilla plateada que coronaban sus calcetines a rayas. No había pelos en su cabeza de madera, fiel reflejo de una bola de billar ante cuyos ojos habían colocado unas grandes lentes con montura roja y sin cristales.

El momento de su llegada se encontraba perdido en la opacidad del tiempo. Como no lo recordaba, llegó a pensar que siempre había estado ahí, tal vez incluso desde antes de que el naciera. Sí, mucho tiempo llevaba ahí, tanto, que tenía la certeza de que habían crecido al unísono, codo con codo, que habían reído las mismas risas y llorado las mismas lágrimas, y a pesar de que en ocasiones divagaba sintiendo que dormía con él en su cama en las noches de tormenta, o cuando sus padres no iban a darle las buenas noches, la realidad es que nunca se habían tocado. Jamás. El muñeco permanecía colgado de la pared y a él jamás se le ocurrió ni siquiera rosarlo. No hacía falta, pensaba, la conexión era tan grande que todo lo demás sobraba.

Sí, él, muchas veces a lo largo de su vida deseó ser un muñeco. Aquel muñeco. Y a veces se cambiaba por él. Como ahora.

Se tumbó en la cama y dejó que cayeran sus párpados. Se dejó llevar, le gustaba dejarse llevar. En esos  instantes, sentía estar pendido de la pared, mirando sin mirar el cuadro del muro de enfrente, una réplica de la cartelera de la película Dumbo, diseñado allá por 1.941, mucho antes de que él existiera y de que existieran sus padres. Si estuviera colgado de aquel clavo, y aunque no viera con los ojos materiales, sí que vería con los de la intuición, y se esfumaría en alas de aquellas orejas grandes y sonrosadas del elefante, tan grandes que serían capaces de cobijarlo y apartarlo de la aplastante realidad. Y volaría.  Volaría a otro espacio, a otra dimensión en la que no existe el tiempo y todo lo que es presente deja de serlo. Allí se borra todo, se esfuma todo, se olvida todo. Allí se desdibuja el miedo. No lo va a negar, siente miedo aunque a veces no sea totalmente consciente de él, pero lo siente. No es un miedo de esos que paralizan  y que secan la boca a la par que finas gotas de sudor frío empapan los poros de la piel, no, es un miedo oculto pero latente, que juega a esconderse por entre las rendijas de la realidad y la confusión, que no es capaz de mostrar su presencia con valentía y que a veces, tan solo de cuando en cuando, se asoma cobardemente y ataca por sorpresa. Es de lo que quiere huir ahora. Y se siente bien allí, pendido del gancho metálico, sintiéndose muñeco. No quiere ser, en esos malos momentos, una carga para nadie, ni siquiera para él mismo.

Abre los ojos y una tenue línea de luz mortecina se cuela perpendicular por la ventana. En ella, motas de polvo dorado bailan y le hacen muecas con su danza. El no quiere mirarlas, se siente confuso y aturdido, extraño en su posición. Un dolor punzante le atosiga el pecho y se lo aplasta. Hace ademán de incorporarse. Vano intento. Sus miembros no le responden. Insiste de nuevo y esta vez mueve levemente una pierna, así, con trabajo y mucho tesón lo consigue con la otra. Después de grandes esfuerzos logra salir de la cama e incorporarse. Da unos pasos pesados y lentos y se adentra en la línea de luz camino de la ventana. Las motas de polvo juegan ahora a envolverlo mientras él observa fascinado tras los cristales e intuye fuera todo un mundo nuevo para él. Entonces el dolor de su pecho se mitiga y aspira una bocanada de aire. Respira, se da cuenta de que respira y sonríe.

Muy despacio, porque aún siente los miembros entumecidos, se desenreda de las cuerdas que prenden de su cuerpo, las deja caer, y bamboleándose, pone rumbo a la puerta haciendo equilibrios con sus piernas de madera. 

*Imagen de Aquí