(Oleo "Al Rojo Vivo"-Vernee)
Ayer, y carente de acusaciones, sin cargos, y sin juicio previo, me condenaron a muerte. Hoy, esta tarde me ejecutan.
Estoy en esta especie de celda apartado de los otros reos a los que también han condenado y me siento solo, aunque no de soledad física sino porque sé que he de enfrentarme sólo a la muerte.
Como un demente doy vueltas entre estas cuatro sucias paredes donde me mantienen preso y me golpeo fuertemente contra ellas. Intento romperlas y escapar aunque de sobra sé que jamás lo conseguiría. Una multitud impaciente espera fuera para presenciar mi ejecución. Mi negra piel se cubre de sudor frío, sudor de miedo y aunque no me de cuenta lloro. Nunca pensé que fuera capaz de llorar porque nunca he llorado. Nunca he necesitado llorar por siempre he tenido una vida feliz y libre. Nací libre como el viento y como los pájaros y siempre me he movido con la libertad de las nubes cuando cruzan rápidas el azul buscando nuevos lugares donde derramarse. He sido libre para retozar sobre la fresca yerba a la cálida luz del sol, para enamorarme de la luna en las despejadas noches y para correr por los campos por la vida como un ser sin ataduras.
Ahora, próximo a mi final recuerdo y añoro todos esas instantáneas que en su momento no supe valorar. Se que ya nunca podré volver a disfrutarlas.
Ahora, próximo a mi final recuerdo y añoro todos esas instantáneas que en su momento no supe valorar. Se que ya nunca podré volver a disfrutarlas.
Algo fuerte y gutural sale de mi garganta y reverbera en la pequeña estancia. Es un grito de rabia y de impotencia: ¿Por qué? Soy inocente ¿por qué entonces?....
El guardián que me custodia se acerca. Es la hora. Me abre la puerta y me incita a caminar por un largo pasillo que me lleva hasta el patíbulo. Allí me espera mi verdugo, el que pondrá fin a esta mi vida, mía, el que me la va a arrebatar sin explicación alguna.
El miedo se me apodera e intento correr hacia donde puedo. Estoy un poco desorientado y no se bien para dónde tirar. Me giro de nuevo buscando alguna salida, más sin embargo me corta el paso un guardián a caballo y me golpea la espalda brutalmente con un punzón que se clava entre mis omoplatos. La sangre se escapa a borbotones y el dolor es insoportable. Grito y me defiendo como puedo pero ellos son más. Varios se acercan a mí y me clavan punzones en la herida ya abierta intentando robarme las fuerzas para escapar. Estoy mareado y se me nubla la vista. Todo lo veo turbio y la estancia gira en derredor mío.
Escapar, quiero escapar…. Nuevo punzón entre mis omoplatos y la sangre me chorrea de la boca, sangre que viene de mis entrañas caliente y espesa, pegajosa y roja.
Entonces me revelo. No puedo escapar pero tampoco puedo morir. Quiero suplicar justicia pero no hay perdón para mí puesto que nada hay que perdonar.
Y lo miro a él, mi verdugo, que no siente compasión y se me acerca de frente con una espada en la mano. Lo embisto para hacer más corto el momento y la espada de clava a través de la carne de mi espalda directamente en mi corazón.
El color se difumina, el entorno se hace borroso, el sabor a sangre domina mi boca.
Me dejo caer sin cerrar los ojos y con un violento pataleo digo adiós a todo lo que he tenido, a lo que he sido, a la vida….
El, mi verdugo, sale poco después a hombros por la puerta grande de la plaza de toros.
Tomo tu escrito como una protesta y me uno totalmente a él.
ResponderEliminarSaludos