(Elegía - Jarcha)
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El día 31 de Marzo de 1939, José Fernández García, conocido por todos como “El Zote” tenía 34 años, y hacía tres que no veía la luz del día, porque José Fernández García, conocido por todos como “El Zote” vivía hacinado en la oquedad natural de la pared del pozo del patio de su casa, donde apenas había cabida para mantenerse sentado.
A causa de vivir en continua oscuridad “El Zote” casi había olvidado la intensidad de los colores, la majestuosidad de la luz y la variedad de tonalidades que proyectan los rayos del sol al despuntar el alba o al el cenit del atardecer; si acaso el único que color que no le había abandonado era el verde tierno de los culantrillos y los helechos de pozo, encajes sublimes que se aferraban las húmedas paredes, rocas rezumantes que continuamente derramaba el agua que se filtraba.
También había olvidado los sonidos cotidianos de la vida diaria, el arrullo de las palomas de su palomar, el cacareo de las gallinas de su corral cuando hacían la puesta y la cantinela monótona de sus hijas jugando al corro o a la comba.
Y lo mismo que el único color que lo acompañaba era el verde de los culantrillos y los helechos, el único sonido que no lo abandonaba era el del agua. El agua que corría a escasos metros bajo él en el fondo del pozo, llenaba sus oídos de un arrullo claro, dulce cantinela que lo llevaba a recordarse en los brazos de su madre bajo en son de la nana, o a la estampa de su compañera acunando a sus retoños, recuerdos para él lejanos en el tiempo pero intensamente presentes cuando llegaban.
Sonaba el agua y apagaba aquellos otros sonidos procedentes del exterior a través del brocal, sonidos de movimientos del chocar de cacharros en la cocina, de la voz brumosa que daba el diario hablado en la radio de cretona, o los más temidos, de golpes en la puerta de hojalata que guardaba a la casa.
Entonces “El Zote” se sentía más inseguro, siempre alerta al más ínfimo sonido que pudiera llegar hasta él, siempre esperando las voces de hombres que preguntaban por él, que lo buscaban, (él nunca llegó a saber por qué) que amenazaban vilmente a su compañera, de cuya boca siempre escuchaba a lo lejos la misma respuesta “no está, no sé dónde está, ha desaparecido”.
Entonces “El Zote” se apretaba aún más en la estrecha oquedad, caracol indefenso de frágil concha y se escondía, más aún si cabe, dentro de si mismo. Cuando las voces se alejaban se asomaba tímidamente y alzaba la vista al lejano brocal por el que penetraba la claridad, inalcanzable agujero hacia la libertad.
Por eso, y por otras muchas cosas más importantes que lo preocupaban, “El Zote” se sentía triste y solo, abandonado de no sabía qué o quién aún a pesar de que su madre lo educara en la creencia y la fe, porque “El Zote”, a fuerza de golpes bajos y duros en la vida, no creía en dioses ni en seres superiores que permitían injusticias y daban la espalda a los humildes, pobres y necesitados.
Prisionero en una prisión voluntaria pero indirectamente impuesta, los días pasaban para él largos e interminables, ahítos de oscuros presagios, de dolor reprimido, esperando impaciente su ocaso y la llegada de la noche, noche que lo libraba de su sepultura y lo entregaba al regazo de su familia, y hacía que pudiera abrazar y dormir con su mujer, hacer confidencias con ella y sentirse libre.
En las noches, sobre todo en las que la luna lanzaba claridad metálica desde arriba, “El Zote” se acercaba sigilosamente al catre donde dormían sus hijas y se embelezaba ante su sueño. Se recreaba en sus caritas bañadas de esa luz de metal que las hacía más visibles y les lanzaba un beso con el deseo del alma para no despertarlas, porque ellas, sus niñas, no podían conocer su existencia. No sabían de su padre desde hacía tres años. La imprudencia inocente de los niños era peligrosa, pero él en cambio si era partícipe de su crecimiento aunque fuera durante las horas de sueño.
Por eso aún albergaba ¿por qué no? la ilusión, aunque con dudosas esperanzas, de un mañana distinto, como el del ayer; soñaba con volver a recuperar todo lo perdido, lo arrebatado, lo robado, y disfrutar de una vida justa junto a los suyos.
Antes de que clareara el día, volvía furtivamente a su nicho, donde deshojaba lentamente las horas interminables que lo separaban de una nueva noche.
Tres años. Tres años perdidos de su existencia.
(El día 31 de Marzo de 1939 fue el último día de la Guerra Civil Española. El 1 de Abril Franco escribe el último parte de guerra anunciando la victoria.)
Para “El Zote” la visión de futuro cambió por completo la noche en la que entre sábanas de morselina (muselina) morena, duras y ásperas como la lija, la compañera de su vida le hizo saber de los últimos comunicados desde el final de la guerra. Las palabras sonaban en sus oídos como música de ángeles mientras ella le contaba que se decía, que comentaba, que se rumoreaba que Don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, sólo responsable ante Dios y ante la Historia, quería mostrar su infinita misericordia prometiendo inmunidad a todo aquél que perteneciente al bando perdedor y oculto hasta la fecha, se entregara voluntariamente en el cuartel de la Guardia Civil de su localidad.
“El Zote” no lo dudó dos veces. El era una víctima inocente, nunca había dañado a nadie, hombre humilde y justo, entregado con verdadero afán a su familia y su trabajo.
Vió abiertas las puertas a la libertad, al mundo soñado tantas veces entre las resumosas rocas de las paredes del pozo, el verdor de los culantrillos y el ronroneo del agua que reverberaba en su para él ya “pasado”.
Y así, con bríos nuevos salíó temprano una mañana de su casa (alpargatas blancas, y camisón con tirilla) en dirección al cuartel de la Guardia Civil. La vida volvió a parecerle bella.
José Fernández García conocido por todo como “El Zote”, jamás regresó a su casa y nunca más se supo de él.
. “El Zote” era vecino de mi madre, amiga de niñez de sus hijas. Nadie, exceptuando a su mujer, supo de su existencia y confinamiento en la oquedad del pozo durante el tiempo que duró su reclusión. La historia se conoció cuando ya él no volvió a dar señales de vida.
“El Zote” era hornero y trabajaba como tal en una panadería de la localidad. No era hombre de ideas políticas de ninguna clase. Unicamente estaba afiliado a la CNT, como todos los jornaleros de entonces.
Su determinación de entregarse fue, según sus propias palabras al salir de su casa, por la promesa de inmunidad y porque jamás había hecho nada malo ni cometido nada que pudiera perjudicar a alguien.
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El día 31 de Marzo de 1939, José Fernández García, conocido por todos como “El Zote” tenía 34 años, y hacía tres que no veía la luz del día, porque José Fernández García, conocido por todos como “El Zote” vivía hacinado en la oquedad natural de la pared del pozo del patio de su casa, donde apenas había cabida para mantenerse sentado.
A causa de vivir en continua oscuridad “El Zote” casi había olvidado la intensidad de los colores, la majestuosidad de la luz y la variedad de tonalidades que proyectan los rayos del sol al despuntar el alba o al el cenit del atardecer; si acaso el único que color que no le había abandonado era el verde tierno de los culantrillos y los helechos de pozo, encajes sublimes que se aferraban las húmedas paredes, rocas rezumantes que continuamente derramaba el agua que se filtraba.
También había olvidado los sonidos cotidianos de la vida diaria, el arrullo de las palomas de su palomar, el cacareo de las gallinas de su corral cuando hacían la puesta y la cantinela monótona de sus hijas jugando al corro o a la comba.
Y lo mismo que el único color que lo acompañaba era el verde de los culantrillos y los helechos, el único sonido que no lo abandonaba era el del agua. El agua que corría a escasos metros bajo él en el fondo del pozo, llenaba sus oídos de un arrullo claro, dulce cantinela que lo llevaba a recordarse en los brazos de su madre bajo en son de la nana, o a la estampa de su compañera acunando a sus retoños, recuerdos para él lejanos en el tiempo pero intensamente presentes cuando llegaban.
Sonaba el agua y apagaba aquellos otros sonidos procedentes del exterior a través del brocal, sonidos de movimientos del chocar de cacharros en la cocina, de la voz brumosa que daba el diario hablado en la radio de cretona, o los más temidos, de golpes en la puerta de hojalata que guardaba a la casa.
Entonces “El Zote” se sentía más inseguro, siempre alerta al más ínfimo sonido que pudiera llegar hasta él, siempre esperando las voces de hombres que preguntaban por él, que lo buscaban, (él nunca llegó a saber por qué) que amenazaban vilmente a su compañera, de cuya boca siempre escuchaba a lo lejos la misma respuesta “no está, no sé dónde está, ha desaparecido”.
Entonces “El Zote” se apretaba aún más en la estrecha oquedad, caracol indefenso de frágil concha y se escondía, más aún si cabe, dentro de si mismo. Cuando las voces se alejaban se asomaba tímidamente y alzaba la vista al lejano brocal por el que penetraba la claridad, inalcanzable agujero hacia la libertad.
Por eso, y por otras muchas cosas más importantes que lo preocupaban, “El Zote” se sentía triste y solo, abandonado de no sabía qué o quién aún a pesar de que su madre lo educara en la creencia y la fe, porque “El Zote”, a fuerza de golpes bajos y duros en la vida, no creía en dioses ni en seres superiores que permitían injusticias y daban la espalda a los humildes, pobres y necesitados.
Prisionero en una prisión voluntaria pero indirectamente impuesta, los días pasaban para él largos e interminables, ahítos de oscuros presagios, de dolor reprimido, esperando impaciente su ocaso y la llegada de la noche, noche que lo libraba de su sepultura y lo entregaba al regazo de su familia, y hacía que pudiera abrazar y dormir con su mujer, hacer confidencias con ella y sentirse libre.
En las noches, sobre todo en las que la luna lanzaba claridad metálica desde arriba, “El Zote” se acercaba sigilosamente al catre donde dormían sus hijas y se embelezaba ante su sueño. Se recreaba en sus caritas bañadas de esa luz de metal que las hacía más visibles y les lanzaba un beso con el deseo del alma para no despertarlas, porque ellas, sus niñas, no podían conocer su existencia. No sabían de su padre desde hacía tres años. La imprudencia inocente de los niños era peligrosa, pero él en cambio si era partícipe de su crecimiento aunque fuera durante las horas de sueño.
Por eso aún albergaba ¿por qué no? la ilusión, aunque con dudosas esperanzas, de un mañana distinto, como el del ayer; soñaba con volver a recuperar todo lo perdido, lo arrebatado, lo robado, y disfrutar de una vida justa junto a los suyos.
Antes de que clareara el día, volvía furtivamente a su nicho, donde deshojaba lentamente las horas interminables que lo separaban de una nueva noche.
Tres años. Tres años perdidos de su existencia.
(El día 31 de Marzo de 1939 fue el último día de la Guerra Civil Española. El 1 de Abril Franco escribe el último parte de guerra anunciando la victoria.)
Para “El Zote” la visión de futuro cambió por completo la noche en la que entre sábanas de morselina (muselina) morena, duras y ásperas como la lija, la compañera de su vida le hizo saber de los últimos comunicados desde el final de la guerra. Las palabras sonaban en sus oídos como música de ángeles mientras ella le contaba que se decía, que comentaba, que se rumoreaba que Don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, sólo responsable ante Dios y ante la Historia, quería mostrar su infinita misericordia prometiendo inmunidad a todo aquél que perteneciente al bando perdedor y oculto hasta la fecha, se entregara voluntariamente en el cuartel de la Guardia Civil de su localidad.
“El Zote” no lo dudó dos veces. El era una víctima inocente, nunca había dañado a nadie, hombre humilde y justo, entregado con verdadero afán a su familia y su trabajo.
Vió abiertas las puertas a la libertad, al mundo soñado tantas veces entre las resumosas rocas de las paredes del pozo, el verdor de los culantrillos y el ronroneo del agua que reverberaba en su para él ya “pasado”.
Y así, con bríos nuevos salíó temprano una mañana de su casa (alpargatas blancas, y camisón con tirilla) en dirección al cuartel de la Guardia Civil. La vida volvió a parecerle bella.
José Fernández García conocido por todo como “El Zote”, jamás regresó a su casa y nunca más se supo de él.
. “El Zote” era vecino de mi madre, amiga de niñez de sus hijas. Nadie, exceptuando a su mujer, supo de su existencia y confinamiento en la oquedad del pozo durante el tiempo que duró su reclusión. La historia se conoció cuando ya él no volvió a dar señales de vida.
“El Zote” era hornero y trabajaba como tal en una panadería de la localidad. No era hombre de ideas políticas de ninguna clase. Unicamente estaba afiliado a la CNT, como todos los jornaleros de entonces.
Su determinación de entregarse fue, según sus propias palabras al salir de su casa, por la promesa de inmunidad y porque jamás había hecho nada malo ni cometido nada que pudiera perjudicar a alguien.
A Luz de Gas.
ResponderEliminarEsta Elegía tiene que quedar maravillosa con tu voz.
Besos
Me has dejado con los pelos de punta.
ResponderEliminarEsa humedad del pozo, ese olor a culantro, a piedra húmeda.
Esta historia estremecedoramente real, angustiosa hasta la extenuación.
Algunos todavía opinan que con "él" se vivía mejor.
Da por hecho lo que dices, a cambio de que nos regales unas pocas palabras para contarnos algo más de esta historia después.
A tus pies Verdial por siempre.
Besos
He tenido que restregarme los ojos porque las letras se me hacían borrosas. Me acordaba de mi abuelo y de los otros, al pensar en el Zote. En parte los matazon por su ingenuidad de creer en las personas, de creer que la razón está por encima de la visceralidad, de creer que no se atreverían, de pensar que nadie iba a a hacerles daño a ellos que no habían hecho mal a nadie.
ResponderEliminarNo contaron con el odio de clase, con el afán de eliminarlos de la manera que fuera, con la rabia de los que se vieron amenazados en sus privilegios de siglos y temían perderlos por culpa de unos cuantos desharrapados, de unos destripaterrones con ínfulas de igualitarismo, de quienes sólo tenían sus dos manos para trabajar.
No contaron con que el mal no se detiene ante nada.
Te mando un abrazo fuerte, de hermano, Verdial, porque verdaderamente estamos hermanados por el sufrimiento de nuestras familias y allegados.
Iba a escribir algo, pero cualquier cosa que escriba me parecerá frívolo y vacío, así que mejor guardo silencio pensando en el Zote como paradigma de aquellos, como yo, que creen que en el fondo la gente es buena, algunos muy, pero que muy en el fondo de esos miserables y húmedos pozos.
ResponderEliminarAbrazos.
Hola Verdial,
ResponderEliminarMe meto muchas veces en tu web para leer las maravillas que escribes. Niña, escribes de vicio. Es una maravilla poder seguirte, pues transmites tantas cosas que me dejas siempre sin palabras.
Lo que relatas...me ha dejado sin apenas reacción. En este momento siento un nudo en el corazón terrible. Es espantoso a lo que conduce el odio, una guerra.....a lo que llevó la imposición de unas ideas.
Es injusto todo lo que pasó...Disculpa si no sé decir mucho más. Tu escrito es tan soberbio que habla por sí mismo; nada se puede añadir.
Te agradezco inmensamente que lo hayas escrito y colgado en tu web.
Un abrazo inmenso, de corazón. :)
Madame, que historia tan conmovedora.
ResponderEliminarY a cuantos otros representa este Zote que usted nos ha descrito con tanta ternura.
Ojala no tenga que volver a repetirse nada asi. Y sin embargo, en uno u otro lugar del mundo no pasa dia sin que continue ocurriendo.
Bisous
Lo siento, pero la pena no me deja escribir. Aún así, todo esto remueve cosas, muchas cosas.
ResponderEliminarUn abrazo
Trágica historia la que narras, pero a la vez llena de luz, porque aunque todo el campo estuviera sembrado de espigas siempre habían margaritas para luchar a muerte por un bello jardín. En aquellos tiempos todos eran espigas y todos a la vez margaritas. Fue un desastre que no llegó a nada mas que el sufrimiento. Suerte aquel que no tuvo un Zote en su familia, para no tener un amargar en su corazón, suerte aquel que lo tuvo que sabe que hubo un valiente.Y suerte a todos para que no se vuelvan a repetir tal historia tan amarga.
ResponderEliminarUn abrazo, un hada
Muchas historias de guerras sin sentido se acumulan en nuestras espaldas, mis abuelos sufrieron las desdichas de ese sin sentido en sus propias carnes.Vergüenza de que aun hoy, tan avanzados que queremos parecer, sigan existiendo la masacre del respeto.
ResponderEliminarAbrazzzusss
Cuantas historias, cuanto sufrimiento, cuanta miserias se siguen recordando.
ResponderEliminarMe ha estremecido esta historia.
Te dejo un beso
Me hiciste estremecer, no diré más. Sobran las palabras.
ResponderEliminarBesos
Me encanto leer esta historia. Imaginar me dio escalofrios. Una historia que se veria muy bien en el cine. Cuidate, besos.
ResponderEliminarHola Verdial,
ResponderEliminarTe he otorgado un Premio por tu buen hacer. Me tienes conquistada con tus escritos y no se me ocurrió otra forma de demostrarlo con el con el Premio Palabras como Rosas.
Ya sabes que no tienes que seguirlo si no quieres....Sólo quería que supieras que eres especial y haces sentir maravillas a tus lectores.
Mil abrazos, de corazón
http://blogdelujo.blogspot.com
/2009/03/premios-palabras-como-rosas.html
(junta la dirección)
Sin duda alguna el verde oscuro es un bonito color, pero hay muchos otros colores, olores y sensaciones que nadie debe robar a nadie, y menos una maldita guerra y su correspondiente y cruel posguerra.
ResponderEliminarUn relato para hacer pensar y para no olvidar.
Besos.
Hola, primero decirte que me gusta mucho las cosas que relatas, y por un momento me he visto en el pozo con el Zote, cuando escuchó o leo estas historias, pienso en ¿qué hubiera hecho yo? Pensar en esos tres años perdidos, sin poder vivir, es estremecedor.
ResponderEliminarQuería darte las gracias por lo que me has escrito en mi blog, te aseguro que yo también me emocioné al escribirlo. Muchos besitos
Después de tantos comentarios vertidos aquí, tan llenos de sentido y sentimiento profundo.., poco puedo añadir, que no se haya dicho ya.
ResponderEliminarSolo te digo lo que yo sentí al leer este relato..frío, mucho frio congelado...
Un abrazo amiga mía.-
En esta historia se ve perfectamente lo más ruin del ser humano, yo... en contra de lo que te dicen algunos en los comentarios, cada vez creo menos en el ser humano en general, en mis seres queridos si, y en la buena gente de la que tengo como lema rodearme,también.... del ser humano en general, en ese... no tengo mucha fe, la verdad!!!!hay tanta involución en la humanidad que....hay tanto bando, tanta gentuza en unos y otros bandos que!!!!!ya no me fio de casi nadie.
ResponderEliminarPrecioso escrito en homenaje a tantos.
Un abrazo
No me queda nada que añadir a lo ya dicho, sólo que la Elegía de Jarcha (bueno, de Miguel Hernández, claro) la tengo en su disco (LP, de aquella) desde que saliío, allá por el 77, quizás, no lo recuerdo exactamente; y me lo había aprendido de memoria de tanto escucharlo e imitarlo, cada sonido, canda entonación, cada respiración, cada vibración, cada todo. Pero ya no me acuerdo y mi voz ya no es la que era, por si acaso ;-) Hacía años que no la escuchaba y me has despertado algo entre lo triste y horrible de estas cosas y la bonita añoranza de la infancia, una cosa rara, esa mezcla.
ResponderEliminarSaludos, Verdial.
Tal como empecé a leer tu entrada se me vino a la cabeza la vida de mi abuelo paterno, él también estuvo escondido durante la guerra, simplemente por su ideología política, como estuvieron muchos.
ResponderEliminarBesos
Supe de uno, al que llamaban PITOTE, porque era un hombre altìsimo de mas de 2 Mts., se scondiò por un año en la Isla de La Palma, en el monte,dificultosamente porque la estatura lo delataba..de noche, bajaba al pueblo y tiraba piedrecitas al techo de tejas de la casa d mi padre,que salìa a darle algo de comida...
ResponderEliminarAy, amiga, cuantisimas historias como esta, tan terribles...
ResponderEliminarY lo peor es que sus esposas, hijos y familia moriran sin ver reconocida su dignidad.
No hay palabras
Un abrazo, amiga
Inmenso eres escibiendo, estremecedora história y real según nos cuentan nuestros padres y abuelos.
ResponderEliminarUn gusto conocerte, vengo desde el blog de mi amiga, nuestra amiga común Lujo.
Cordialmente.
Rocío
Me había reservado esta entrada para cuando realmente me pudiera sentar con calma a leer pues un negro presentimiento se asoma desde que se empieza a leer,un relato intenso que se le van colando a uno en el alma,un homenaje representado en este hombre a todos aquellos inocentes que perdieron la oportunidad de vivir como merecían.
ResponderEliminarPor razonez que no vienen al caso y relacionadas con la situación política de mi país una sombra de tristeza se apodera de mi,sin embargo me recuerda que aun podemos luchar por lo que queremos.
Desde luego que tu historia y las de los que te rodean son como novelas entrelazadas, bueno... no están entrelazadas, pero tú sabrías enlazarlas a la perfección si te lo propusieras, lo bueno es que ya te lo estás proponiendo, casi sin darte cuenta.
ResponderEliminarBesos.
P.D.: Siempre me ha gustado Miguel Hernández, y esa Elegía es insuperable.
Has hecho bien en darle un homenaje a este pobre hombre que como muchos estuvieron escondidos víctimas de una época y de unas ideas. Cuantos pobres creyeron en esa trampa de que no les pasaria nada.
ResponderEliminarUn besazo democrático.
¡Vaya historia!, esto si que es memoria histórica.
ResponderEliminarGracias por compartirlas con nosotros, gracias.
El azar me ha traido hasta tu ventana y tu relato me ha encogido el corazón...mi habuelo estuvo ocho meses condenado a muerte, despues le desterraron toda la vida hemos tenido esa espina clavada en el corazón...gracias por traernos a la memoria uno de esos hombres que tanto sufrieron...grtacias por ello navegante!.
ResponderEliminarPor no haber hecho nunca mal a nadie, se fió... y confió en las palabras que no eran verdaderas.
ResponderEliminarTantos y tantas como él, confiaron y se fiaron.
Un abrazo para todos los que creemos en la verdad.
T
Sobre las 14:30 te llamaré el sábado para el radioblog
ResponderEliminarbesos
Muy bien narrado y emociante.
ResponderEliminarAbrazos.