("Dos Niñas" - Aromonia Norma Riveros)
Nuestras ansias por liberarnos de tantas horas de movimiento contenido, bajo la amenazadora mirada de la monja, nos llevaba a la hora de la salida, a arremolinarnos junto con las otras colegialas en una informe bola de edad primaria que taponaba la salida.
De repente alguna conseguía escapar del tropel dejando un vacío en el lugar dónde había estado apretujado su cuerpo y todas los demás nos apresurábamos a ocuparlo para seguirle los pasos.
Y ya en la calle, la libertad.
El sol caminaba ya bajo y
refulgía sobre los adoquines de la callejuela jugando con ellos como si fueran espejos y nos hacía entrecerrar los ojos. Miles de finísimas partículas doradas flotaban ante nuestra momentánea ceguera. Yo quería seguirle la pista a alguna pero siempre se desvanecían en el éter como el algodón de feria en boca de un niño.
Era el último día de clase, Viernes de Dolores, y en la calle olía y a pestiños, a hojuelas y a miel.
Corríamos callejuela abajo (dame la mano hermana para que no te pierdas) y de la mano (de la manita niñas, siempre de la manita, nos decía mi madre cada día al salir de casa) nos mezclábamos entre aquella marabunta de uniformes tableados de color azul marino, y galopábamos entre ella a golpes de zapatos “gorila” negros, esos que cuando los comprabas te regalaban una pelotita verde de goma.
Y así de la mano emprendíamos el camino a casa con la obligación de hacer antes una visita al Sagrario porque era viernes.
Yo temía entrar en la iglesia durante el periodo de cuaresma. Me impresionaban mucho las imágenes y cruces cubiertas con lienzos morados y hacía todos los cálculos posibles para poder zafarme de esa visita (yo te prometo Jesús Mío que te voy a hacer un altar en el soberao de mi casa con una estampa y flores, y allí te hago las visitas), pero mi hermana, aún a pesar de menor que yo se ve que era más responsable y ni loca dejaba de cumplir con su obligación. Además parece ser que a Jesús no le incitaba mucho el soberao de mi casa, porque nunca conseguí eludir las visitas del Viernes Santo.
La oscuridad de la iglesia se me antojaba terrorífica y me sobrecogía. Olía a cera derretida, a incienso y a la naftalina que emergía del velo que nos habíamos colocado en la cabeza antes de entrar, sujeto al pelo con un alfiler de cabecilla negra.
Dentro nos santiguábamos con el agua bendita de la pila y nos dirigíamos hacia el Sagrario, haciendo ante El una genuflexión y arrodillándonos en el primer banco. Manos juntas, cabeza inclinada y ojos cerrados rezando para nuestros adentro. Yo el Credo y mi hermana el Jesusito de mi vida porque el Credo aún no se lo sabía. Y a pesar de que mi oración era larga y la de ella corta, yo siempre terminaba un par de minutos antes que ella (vámonos hermana que ya llevamos mucho tiempo), y salíamos las dos por la blanca escalinata de mármol deseando yo que el interior del templo cambiara con las ramas de olivo el Domingo de Ramos y renegando para mis adentros el no ser chico para poderme vestir de nazareno.
En la calle, ramilletes de niñas se arremolinaban alborotando ante los escaparates de las confiterías, saboreando imaginariamente las peladillas que lucían en plateadas bandejas, o los nazarenos de chocolate que hacían su dulce penitencia (hermana tienes las rodillas sucias del banco de la iglesia) y yo me miraba las rodillas negras por arrodillarme en el reclinatorio, y me las limpiaba con saliva una y otra vez hasta que conseguía eliminar toda aquella negrura. (Guarra, se lo voy a decir a mamá cuando lleguemos a casa, que te has limpiado las rodillas con saliva), me sentenciaba mi hermana. (Chivata, acuseta, judas, ya no te doy más la manita, ea, para que te pierdas), y la llevaba hasta mi casa detrás de mí sin darle la mano, pero mirando más veces para detrás que para delante por ver si me seguía.
(¿Por qué no vienen ustedes de la manita?) sentenciaba mi madre que nos esperaba a la puerta, y se dirigía a mí (¿No te de ná, con lo chiquitita que es?, vamos, que cualquiera viene y se la lleva y tú no te das cuenta). (Pos no sé quién se la va a querer llevar, con lo plasta que es) me decía yo para mis adentros.
Entonces salía mi abuela a recibirnos y yo corría a refugiarme en su delantal negro, y ella me acariciaba los rizos del pelo, y yo me sentía muy feliz porque ya eran las vacaciones de Semana Santa, y porque mi casa olía a bacalao frito y a bacalao con tomates, a potaje de garbanzos, a espinacas y a torrijas de miel.
Mi casa olía a Semana Santa.
La de recuerdos que nos traen unos recuerdos y ya si estamos en Sevilla y llega la primavera esto es una locura.
ResponderEliminarQue bien sabes juntar las palabras para escribir tanta belleza
Besos
VERDIAL,que me he reido con tus pensamientos infantiles...quien se va querer llevar a mi hermanita???
ResponderEliminara mi me visitaban cada año,solo por 3 días,en Semana Santa, y ya al tercero,nos estabamos peleando,y se iban,y me quedaba llorando.
Mira que he gutado tu relato.
recibe un gran abrazo,y vamos,que ya llega Semana Santa.
¡Qué historia tan bonita y tan bien contada! Me has recordado a la infancia de mi hija, cuando la esperaba a la puerta del colegio ¡es tal cómo lo cuentas! y ella también llevaba zapatos Gorila. En la semana previa a Semana Santa, yo acostumbraba a llevar a las niñas, (a mi hija y a dos o tres que siempre iban conmigo) a la Iglesia a visitar a la Virgen de los Dolores. Ahora casi nunca voy.
ResponderEliminarSaludos y que tengas un buen fin de semana.
Un relato a todas luces encantador. de los que da gusto leer relajado, y de los que despiertan preciosos recuerdos.
ResponderEliminarGracias.
Un abrazo.
... y que bien huele y como te sientes niño de nuevo arremolinado en la salida del colegio...
ResponderEliminarPrecioso
Ay, amiga, en aquellos dias de "Miercoles de ceniza", en Valladolid, en calzados "El Toro", tambien vendian zapatos "Gorila" y regalaban una pequeña pelota de goma...
ResponderEliminarAy, que tiempos nos has evocado... El privilegio inmenso de tener una pequeña pelota de goma..., entonces, cuando todos los dias eran "Miercoles de ceniza"...
Yo tambien iba de la mano de mi hermana, entonces, unos años mayor...
Un abrazo, amiga, un abrazo
Hoy hs estado sembrada, Verdial. He podido sentir el sol en la cara, oler los maravillosos aromas que describes mientras la boca se me hacía agua y disfrutar con esta historia que me trae recuerdos de la niñez aunque nuestra semana santa no la vivíamos con la misma intensidad.
ResponderEliminarGenial.
Un abrazo.
vERDIAL, QUÉ TERNURA DE RELATO, CONMOVEDOR TUS RECUERDOS.
ResponderEliminarUN ABRAZO LINDA
Maite
Muy enternecedor el relato. Evoca bellos recuerdos de un pasado sencillo y cálido. Me ha transportado al pueblo de mis padres en Jaen, donde la Semana Santa se vive también mucho. Besos y feliz fin de semana.
ResponderEliminarSaludos, Verdial.
ResponderEliminarMuy realista la descripción del miedo infantil dentro de las iglesias.
Me servirá para recriminar a cuanto padre y madre "pseudocapillita" me cruce en este mi querido pueblo.
Ya tengo las consignas:
"¡llévalos al parque, mamarracho! ¡dales una vuelta en bici, fachorri! ¡tontos de capirote, léedles un libro!"
(Espero que más tarde o más temprano sepan agradecer en lo que vale mis esfuerzos por conseguir una población menos neurótica que la que hoy nos asfixia).
Bueno, Verdial. Un beso grande, y recuerdos de Cisco.
Verdial...como siempre genial...y en palabras que se sjustarian más a otro blog tuyo... ¡¡ rico,rico !!
ResponderEliminarMe has transportado a los recuerdos de mi infancia en el colegio de monjas, las exclavas del Cardenal Spinola...chica, eso bien es verdad, que eran otros tiempos....pero me gusta, tal como tu lo relatas.
Luz de Gas, en verdad que Sevilla en estas fechas es una locura, y si la mezclas con recuerdos infantiles, aún más.
ResponderEliminarUn abrazo guapísimo.
María de la Luz, la verdad es que me pasaba con mi hermana lo que a tí con los tuyos: muchas peleas pero no podía pasar sin ella.
ResponderEliminarUn abrazo
Lola, los zapatos Gorila eran imprescindibles en aquella época. Eran feísimos, pero como te daban la pelotita...
ResponderEliminarBesos
Moderato Dos Joseff, me alegro que te haya gustado y que haya despertado tus recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo
Xibeliuss, que tiempos aquellos ¿verdad?, que pena que se escape esa inocencia.
ResponderEliminarUn abrazo
Antiqva, parece que más de uno y de dos conocemos los zapatos Gorila... que entrañable.
ResponderEliminarBesos
Daalla, aunque no hayamos vivido la semana santa en el mismo sentido, no hay duda de que los recuerdos son parecidos, porque en aquella época éramos niños inocentes.
ResponderEliminarUn abrazo
María Teresa Alejandra, al fin y al cabo es lo que nos queda de otro tiempo pasado: los recuerdos.
ResponderEliminarBesos
Micaela, la semana santa de Jaén dicen que es muy bella, e imagino que además en esas fechas, los dulces también se harían como algo especial.
ResponderEliminarUn abrazo
Antonio, dí que sí y recrimina a esos padres capillitas que privan a sus hijos de las escapadas al parque.
ResponderEliminarY no metas a Cisco en la iglesia que te la puedes buscar. Ya sabes que los perros levantan la pata en cualquier sitio.
Un fuerte abrazo a ambos.
Anna Jorba, cierto que eran otros tiempos, y además tan distintos de los de ahora en todos los sentidos...
ResponderEliminarPero así es la vida, ella sigue y nosotros nos adaptamos a ella. Pero los recuerdos no se pierden.
Besos
En mi casa, a pesar de ser ya algo grande, sigue oliendo a esos días de antes de Semana Santa de mi niñez. Los olores, las formas, las palabras más bajas y un respeto acusado. Vamos, que hasta el tiempo me parece ser el mismo.
ResponderEliminarUn besazo enorme
Yo no sé por qué me da tristeza todo tu relato, que tiernas eran tus majaderías de niña y hermanita mayor, y más dulce sería verte pequeña tratando de ser mala a la buena!!! con tu pequeña hermana, me he quedado con la tristeza del tiempo ido, con esas instantáneas tan valiosas que siempre creemos que no valen nada salvo para nosotros mismos y que sin embargo, estremece de sentimientos, de te quieros y de perdones no dados porque el tiempo pasó. Fue muy lindo acompañarte con la vista, desde lejos, de tu colegio a la iglesia, de la iglesia a tu casa; verte refunfuñando con tu hermanita por toda esa calleja llena de sol. ¿Puedo quedarme a la vera a esperar a que salgan divertidas o jugando a la pega, algún otro mañana de sol? Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarQue bello relato, me has hecho recordar como a muchos lectores nuestra infancia, yo de muy pequeña quería ir a la profesión de semana santa vestida de penitente y mi madre me liaba un camisón blanco y me confeccionaba un capirote, para tenerme tranquila y que no le diese la lata con ello.
ResponderEliminarHermosos recuerdos de infancia. Las sombras y la luz, los olores, la ternura de la madre y de la abuela la inocencia y la ilusión...
ResponderEliminarHermoso relato, realmente hermoso.
Besos
Teresa
Dani, en mi casa también. Aunque he pasado de ser hija a madre el ambiente sigue siendo casi igual en estas fechas (con la diferencia que nos ha dado el avance del tiempo y costumbres). Ya llevo varios días haciendo dulces de Semana Santa y todo huele a caneal y miel.
ResponderEliminarUn abrazo
El Drad, puedes quedarte todo el tiempo que quieras, tienes un huequecito en la historia de mi infancia. Y si te apetece, me puedes acompañar en esos otros episodios que aún duermen en cajones guardados.
ResponderEliminarUn abrazo
Mari_Pli_R. Yo nunca pude salir de nazareno. En aquél tiempo las mujeres lo tenían prohibido. He tenido que conformarme con que luego saliera mi hijo cuando era pequeño.
ResponderEliminarBesos
Mª Teresa Sánchez, seguramente porque en la infancia tenemos la mente más abierta, más limpia, con una gran capacidad de absorverlo todo, se quedan en nosotros esos recuerdos que en u futuro, como ahora en mi caso, salen a relucir.
ResponderEliminarUn abrazo
Que cosa mas linda estos recuerdos!!!Pude ver todo como en el cine, los colores, los olores, hasta tu miedo en la iglesia...
ResponderEliminarSiempre me pasa con lo que escribes, todo es como si lo estuviera viviendo.
Besos
Hola mi querida Verdial.
ResponderEliminarPost entrañable,que tan cierto es,hay olores,sabores, colores propios de determinadas épocas del año,lo sabemos y lo intuimos a nuestro alrededor y con el los recuerdos las tradiciones que hemos podido disfrutar en unos tiempos donde algunas se diluyen.
Como de costumbre un prosa cargada de sentimiento,imagenes y recuerdos que nos hacen añorar aquello que ya no vendrá.
""Las cautivaba el mes de enero
ResponderEliminara todas las flores del año
y en llegando el mes de abril
salían de su cautiverio""
La Niña de los Peines, por alegrías, nos recuerdó que después de la tempestad viene siempre la calma
Saludos flamencos
Jejeje..de repente me llevaste de la mano junto con tu hermana por aquellas Semanas Santas. Cuánta mágia manejas con las letras.
ResponderEliminarLa verdad que por mi tierra nunca hubo ese fervor que vivís por allí, uff y sobretodo en Sevilla, que te voy a contar yo a ti.
Pero esos aromas, si que los he vivido, y aún hoy me siguen pareciendo iguales.
Besos
En cierto modo, es una pena que las casas ya no huelan a Semana Santa (y digo en cierto modo porque a mí no me ha gustado la Semana Santa, que sí la manifestación cultural pero no soy yo nada beato que digamos, beato de las torrijas sí :D).
ResponderEliminarLas imágenes de retablo siempre son misteriosas, algunas terroríficas.
Besos.
Yo guardo también algunos de esos recuerdos, también nos daba miedo esa oscuridad y silencio, pero en nuestra inocencia nos poníamos a reir y a hablar, hasta que unas señoras mayores vestidas de negro, que casi nos daban más miedo, nos decía, niñas, callaros, que estamos en la iglesia, siempre me pareció muy triste, no entendía por qué en ese lugar no se podía estar alegre.
ResponderEliminarUn beso.
Verdial,que por acá arrecia el calor,y las flores,y los pajaros,y pienso,que estará haciendo mi amiga Verdial,
ResponderEliminarde seguro otro hermoso relato cómo este que nos haz regalado.
recibe un gran abrazo,muchos besos.
Mi querida Verdial!!! que bonito...como he disfrutado con esta lectura.
ResponderEliminarTu casita...no se si a bacalao frito, a torrijas con miel o a que, pero huele muy rico, siempre, huele al olor más rico del mundo, a paz, amistad, serenidad, grandeza de ser humano, porque eso es lo que tú tienes dentro.Como escribes!!! Feliz marzo y que siempre disfrutes de tus olores preferidos, que nunca te falten. Te lo deseo de corazón.
Un hermoso relato y magníficamente contado. me encantó. Felicitaciones! Un abrazo.
ResponderEliminarMiriam, es para mí una satistación si consigo hacerte sentir todas esas cosas, porque me indica que puedo llegar hasta ti.
ResponderEliminarAmérica, es cierto que los olores nos llevan a otras épocas, a veces agradables, a veces no. En este caso para mí fue una época entrañable.
Pedro Delgado, preciosas esas alegrías de la Niña de los Peines. Realmente preciosas.
Alternativa, la verdad es que con el paso de tiempo no vivo la semana santa lo mismo que entonces. Ya sabes que hay episodios en la vida que nos hacen cambiar de opinión y de sentir.
ADR, es exactamente lo que le acabo de escribir a Alternativa. Con el tiempo todo cambia.
Irene, ay cuantas verdades dices. También a mí me regañaban las personas mayores vestidas de negro. Era casi pecado hablar en la iglesia.
Ma ria Luz, que bellas tus palabras. Gracias de corazón.
Sara, en mi casa de ahora cocino las mismas cosas que cocinaba mi madre, pero aunque los olores sean los mismos, la realidad no es igual.
Alma Mateos Taborda, gracias por tu comentario. Otro abrazo para tí.
Abrazos a todos.
La vida es la suma de recuerdos.
ResponderEliminarGracias nuevamente por elegir mi arte para expresar tus pensamientos.
=)
Norma Riveros
AromoniA