miércoles

La Voz Del Viento


Desde que enfermó el abuelo a Sara le costaba conciliar el sueño. Cada noche, en cuanto su madre comenzaba a preparar la cama para acostarlas a ella y a su hermana menor, el corazón comenzaba a palpitarle con fuerza y un temblor de dentro a fuera comenzaba a invadirla.

 “Venga niñas, que ya está la camita lista, les he puesto a ustedes la bolsa de agua caliente para que durmáis calentitas, que esta noche va a hacer mucho frío. Mañana ya veréis como todo amanece helado. Venga, a la cama. Un besito.”

Y después del besito su madre abandonaba la habitación no sin correr antes las cortinas. Sara la veía salir de la oscuridad a la luz del pasillo anudándose en una lazada el delantal de flores verdosas que casi siempre llevaba puesto. Luego la escuchaba trajinar en la cocina preparando la cena para ella y su padre, y triturar el puré para el abuelo.
El abuelo hacía ya bastantes días que estaba enfermo. De repente una mañana cuando se levantó le dijo a su hijo: “No me he levantado yo hoy muy “católico”, tal vez he cogido un poco de gripe.” “Eso es un resfriado cogido al pecho” diagnosticó su madre. “Habrás cogido frío”, apuntó su padre. Vamos a llevarte al médico. Y salieron los tres. Sara los vio partir y los vio volver. Cuando regresaron el abuelo no era el mismo que salió. A ella le pareció más pálido, más arrugado, más encorvado… más viejo. A los pocos días se metió en la cama y ya no quiso levantarse. “No tengo fuerzas decía”.
Y a Sara, cuando lo escuchaba, se le hundía el mundo.

Desde que murió la abuela él había pasado a hacer las veces de ésta con ella y con su hermana, las ayudaba a hacer los deberes cuando volvían del colegio, jugaba con ellas con los Juegos Reunidos, les cantaba canciones y les contaba historias ambas de la guerra, y ella, aunque niña que prefería Cenicientas y Blancanieves, disfrutaba con el repertorio del abuelo que ya se sabía de memoria.

 “No quiero que estés malito, abuelo”. “Hay cosas que no perdonan, hija.”

Le hablaba como si fuera una adulta. Ella, aunque no terminaba de entenderlo, intuía lo que quería decir.

Fue un día por la mañana cuando Sara encontró bajo el limonero del patio una lechuza muerta. La cogió por un extremo de un ala y se presentó con ella en la cocina ante su madre, que estaba preparando una cafetera de café.

 “Mira mamá lo que me he encontrado en el patio.” A su madre le cambió la cara. Por momentos la vio ponerse pálida. “¡Tira ahora mismo eso a la basura niña, que las lechuzas muertas no traen nada bueno! ¡Anuncian la muerte!”
Y el nudo que estas palabras se formó en la garganta de Sara le duró todo el día.

Cuando regresaba del colegio, pasaba sin dudarlo a la habitación del abuelo y se sentaba a su lado, y era ella la que le cantaba las canciones y contaba las historias de guerra, en un bullir nervioso mezclado con los episodios ocurridos durante el día en la escuela, y el abuelo sonreía y se le suavizaba el rostro, y acariciaba sus rizos y le besaba las manos.

Una noche, acostada en la cama con su hermana y calentitas por la bolsa de agua caliente, la despertó el tenebroso ulular del viento.  Era tan fuerte que hacía golpetear las contrapuertas de las ventanas, y tan intenso que su sonido se colaba por entre las hendiduras, penetrando siniestro en los oídos de Sara.
“¡Auuuuuuuuuuu!” “¡Auuuuuuuuuu!” El agudo silbido le traspasaba la mente. “¡Auuuuuuuuuuu!” “¡Ayuuuuuuuudaaa! ¡Ayuuuuuuuuudaaaa!”, le parecía escuchar a Sara. Aterrada de tapó los oídos con las manos, se arrimó más a su hermana y se cubrió la cabeza con la almohada. Aún así seguía escuchando, aunque  más lejos, el aullido lastimero pidiendo ayuda que lanzaba el viento. No consiguió dormirse hasta que el aire comenzó a debilitarse y poco a poco su sonido se fue apagando.

A la mañana siguiente la despertaron los gritos de su madre llamando a su padre:

“Corre Antonio, corre, que tu padre se ha caído de la cama y no puedo levantarlo del suelo.”

Cuando consiguieron acostarlo de nuevo en la cama, el abuelo contó que se había caído de madrugada y que se había pasado la noche en el suelo pidiendo auxilio, hasta que lo debilitaron las fuerzas. Entonces Sara dijo lo que había escuchado en la noche. Sus padres la reprendieron por no avisarlos, y ella quiso hacerse muy pequeña y desaparecer, tal era la desazón que sentía. La desazón y la culpabilidad. Desde entonces cada noche, uno de sus padres dormía al lado del abuelo.

Pero Sara no había podido superar las noches, se aterrorizaba cuando comenzaba a oscurecer. Cada una de ellas escuchaba al viento y al abuelo pidiendo auxilio. Siempre se tapaba los oídos con las manos y se escondía bajo las mantas y la almohada. Su hermana nunca se enteraba de nada. La tranquilidad solo le llegaba en las mañanas al comprobar que nada había alterado el orden de la casa.
Los meses transcurridos no habían conseguido apagar la voz del viento.

Aquella noche además del aullido y los gritos de auxilio, a Sara le pareció oír que su abuelo le pedía ayuda de una manera lastimosa. Presintió sin saber por qué que el abuelo necesitaba su ayuda, sí, hacía ya mucho que la necesitaba.  Por momentos lo vio tendido en el suelo imposibilitado para levantarse. No lo pensó cuando se bajó de la cama y cruzando el patio entró en su habitación.
Nada más abrir la puerta el alma se le cayó a los pies entre la sorpresa  y el asombro. Allí no estaba su abuelo, ni la cama del abuelo ni la mesilla de noche del abuelo. Allí no había nada. La habitación estaba vacía.

Sin embargo, ella lo seguía oyendo a través del viento.

* Imagen: "Viento"  (Óleo con resina sintética y temple sobre tablero de fibra aglomerada)  - Willi Baumeis 

14 comentarios:

  1. Lindo. Aunque no estoy yo hoy para estas lecturas.

    Me gusta.

    Un abrazo.

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  2. Buen retazo... Pero me ha dado un poco bastante de miedo, menuda imaginación...

    un fuerte abrazo, Verdial.

    maite

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  3. Relato lleno de suspense, emoción y ternura.
    Muy buena entrada,
    Un abrazo.

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  4. Hola Verdial, me alegro mucho de verte de nuevo en tus escritos.
    Ya veo que has preparado un gran relato estupendo, muy tierno y triste a la vez, me ha gustado mucho toda la historia.
    Besos

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  5. Beautiful story, as always.
    I'm glad you're back after some time.
    Greetings.

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  6. Desde luego, sabes tocar fibras sensibles con tus escritos. He sentido un montón de emociones mientras lo leía. La pintura que has elegido para ilustrarlo no puede ser más adecuada.
    Un beso y espero con ganas el siguiente

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  7. Volvisteeeeeeeeeee,¡ bien,bien!tenía mucho monazo de tus escritos, de tus retazos verde verdial...me has tenido en tensión hasta el final...odio esas lechuzas ululando en la noche, también me tapó los oidos y cuando aullan los perros también...mi abuela también me decía que eso anunciaba muertes...eres una pedazo de artista...estas letras, esos cuadros...esas recetas...no tardes en regalarnos el próximo ¡porfi!
    Abrazotedecisivo amiga

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  8. Qué historia tan bonita...y tan triste.Mucha carga para una niña pequeña.
    Un abrazo

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  9. Es un gran relato, sin duda. Pero está como sin cerrar o tiene un cierre un tanto misterioso que en el fondo no lo es tanto. Quizá el abuelo haya fallecido.

    Un saludo.

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  10. Ya te dije en su día que me pareció intrigante. Muy bien escrito como siempre.

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  11. Mi querida amiga.
    Me has tenido en un hilo todo el relato,ni me podía imaginar el final,tiene como siempre ese punto de suspenso magistral de tu escritura.

    Está lleno de detalles y de ese sentir del alma de un niño,el temor,el amor incondicional y la imaginación desbordada por aquellos hechos que le cuesta asimilar.

    Me ha encantado leerte artistaza.
    Maestra usted guapa!
    Besos.

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  12. Lo recordaba pero no me he podido resistir a leerlo de nuevo.
    Bello como todos.
    Un beso

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  13. Yo también extrañaba tus escritos.

    Mientras viven los abuelos nos parece que seguimos siendo niños, cuando mueren no sabemos un poco más adultos aunque aún seamos jóvenes.

    Besos

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  14. Verdial, un relato lleno de esas cosas normales en las niñas de posguerra, ¿verdad? Precisos relato.
    Besicos muchos.

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