Tenía 10 años y mi presente era un mes de Marzo cargado de melancolía.
Me recuerdo en la clase del colegio con la cabeza escondida ante la tapa del pupitre para que ni la monja ni mis compañeras me vieran llorar.
Me veo en el patio del recreo jugando junto a las demás niñas uniformadas y simulando un bostezo para justificar mis lágrimas.
Siento como si fuera hoy las horas que pasábamos en la capilla del colegio ante la imagen dela Virgen Milagrosa cantándole en oración. Yo tan sólo hacía movimientos con mi boca en lugar de cantar para que no se notara mi voz temblorosa y rota.
Mis padres llegaron a preocuparse y me llevaron al médico. Me recetó unas vitaminas.
Entonces no existían ni los traumas infantiles ni los psicólogos.
Me habitué a vivir con mi tristeza, a llorar a escondidas y a buscar la soledad.
Y desde entonces cada vez Marzo anuncia su presencia, la misma melancolía se hace patente.
Luego se pasa.
Cuando se despidió febrero yo era una niña colmada de energía, de ilusiones, de juegos, y de alegría, y atacándome por sorpresa apareció Marzo cargado de oscuros nubarrones que oscurecían mi alma infantil. Aún hoy, tantos años después, desconozco el porqué ese Marzo de mi vida hizo en mí tanto daño, tanto, que todavía y cada vez que nace un nuevo Marzo me embarga una pena escondida, un dolor sordo, una tristeza a la que no encuentro motivo.
Me recuerdo en la clase del colegio con la cabeza escondida ante la tapa del pupitre para que ni la monja ni mis compañeras me vieran llorar.
Me veo en el patio del recreo jugando junto a las demás niñas uniformadas y simulando un bostezo para justificar mis lágrimas.
Siento como si fuera hoy las horas que pasábamos en la capilla del colegio ante la imagen de
En casa lloraba y lloraba. No sabía porqué, tan sólo que algo me dolía mucho en el alma.
Despertaba en la noche con la pena enganchada a mi garganta y allí, a espaldas de mi hermana que dormía conmigo, me encontraba el alba con la almohada mojada de lágrimas.
Mis padres llegaron a preocuparse y me llevaron al médico. Me recetó unas vitaminas.
Entonces no existían ni los traumas infantiles ni los psicólogos.
Me habitué a vivir con mi tristeza, a llorar a escondidas y a buscar la soledad.
Después y poco a poco todo fue desapareciendo paulatinamente pero yo no volví a ser la misma de antes.
Al día de hoy sigo ignorante de lo que ocurría en mí.
Al día de hoy sigo ignorante de lo que ocurría en mí.
Y desde entonces cada vez Marzo anuncia su presencia, la misma melancolía se hace patente.
Luego se pasa.
No me gusta Marzo.
Tres hecho ocurridos en aquél mes de Marzo han llegado a formar parte de mí y no transcurre día en el que no los recuerde:
Las monjas me cambiaron a mitad de curso a otro más superior porque mis conocimientos eran más extensos que los que impartían en el curso que me correspondía por mi edad. Me vi de pronto inmersa entre niñas mayores que yo y que ya tenían hecha sus camarillas de amigas. Me sentía desplazada y me costaba alcanzar el nivel del curso.
Las monjas nos llevaron a visitar el asilo de ancianos que regentaban. Olía a rancio y a humedad. Recuerdo los dormitorios con los ancianos en las camas pidiendo que nos acercáramos para besarnos. Aún siento sus bocas húmedas y sin dientes en mis mejillas, sus manos huesudas y frías y su voz en susurros pidiéndonos caramelos. Sentí una pena inmensa por ellos y por imaginar a mi madre en un lugar así. Me juré que jamás, jamás, me separaría de ella en su senitud.
Mi madre me enseñó a jugar al diávolo.
Me enseñaba en el patio de nuestra casa mientras mis hermanas de 8 y 1 año miraban.
A la par que me enseñaba me contaba que ella de pequeña jamás pudo tener uno. Pasó mucha miseria en su infancia. Yo simulaba que aún no sabía jugar pero lo hacía con miras a que jugara ella.
A la par que me enseñaba me contaba que ella de pequeña jamás pudo tener uno. Pasó mucha miseria en su infancia. Yo simulaba que aún no sabía jugar pero lo hacía con miras a que jugara ella.
Me dolía tanto que de niña no hubiera tenido un diávolo….
:OOO
ResponderEliminaryo también fui a un colegio de monjas, (como bien adivinaste) y también estaban dándome siempre una razón para estar deprimida, y también hay muchos hechos concretos que me hacían estar triste en determinados momentos. No sé lo que te daría a ti el médico, pero yo en 3º de e.g.b. ya tuve que tomar antidepresivos :S qué asquito...
Vaya post... de verdad que entiendo desde la primera palabra hasta la última, aunque no sea x el mes de marzo...
Besos!
Me he visto en el colegio de mi pueblo. Yo también estuve en un colegio de monjas y con uniforme y cuello duro de plástico (que incómodo), todo muy rígido (como ese cuello) y estricto, era normal que fuéramos unas niñas meláncolicas y tristes. Se exigía mucho par la edad que teníamos y no entendíamos la mayoria de las cosas.
ResponderEliminarMe he identificado tanto, que hasta lo que cuentas del diabolo y tu madre, me suena familiar.
Ya le quedan poquitos dís a marzo y dejarás de tener ese pellizco en el estómago.
Muchas gracias por tu visita, seguiremos leyéndonos.
Besos
Ay, a mí en cambio me encanta marzo, con su primavera y sus san josés, con el solecito que ya calienta y mayo a la vuelta de la esquina.
ResponderEliminarEs una pena que me tenga que ir, justo cuando te he descubierto. Escribes muy bien, sí.
ResponderEliminarGuardaré tu blog en favoritos, y algún día me dejaré caer por aquí, pero no sé cuando podrá ser.
Encantado. Besos