jueves

Carmela La Rata

(Oleo "Puerta"- Manolo Hernández)

Su nombre era Carmela y su apellido, aunque yo nunca supe cual, desde luego que no era “La Rata”. Pero tal que sí le decían y así era conocida. Yo no sabía el porqué de ese apodo o mote, pero desde luego bien puesto sí que estaba porque vamos, la Carmela la Rata físicamente era totalmente eso, una rata. Era bajita, tenía el cuerpo delgado y encorvado y huesudo, el pelo veteado de canas y recogido en la nuca en un rodete. Vestía de negro, y para no mancharse la ropa (qué ironía si nunca estaba aseada) se colocaba un delantal también negro pero moteado de puntitos blancos. Por zapatos unas alpargatas por supuesto negras, lo cual nos daba pie a mi hermana y a mí a preguntarle a mi madre el porqué todas las viejas se vestían de negro. “Es por el luto” nos respondía, y yo le decía a mi hermana que quién sería el luto ése que les decía a todas que se vistieran de negro.

No podría yo decir su edad porque ya se sabe, cuando se es niña los jóvenes nos parecen adultos y los adultos viejos, así que ante mis ojos la Carmela la Rata me parecía una vieja, con más semejanza de una bruja que de la mujer que teníamos por vecina y que vivía en la casa de más arriba y aunque no me causaba temor, digamos que sí algo, más bien mucho, respeto, por esos dimes y diretes que se murmuraban sobre ella entre las vecinas.

De todos era sabido que la Carmela la Rata le daba más a la botella que La Parrala. Vino blanco de ese del cagalón era lo que bebía, y desde luego, todas las mañanas nada más levantarse, pos allá que iba a la tasca El Carguivete (carga y vete), a tomarse su copita de aguardiente, un ligaíto, que lo llamaba ella, o sea media copa del seco y media del dulce. Cuando la Carmela ya venía de vuelta del Carguivete ya estaba un poquito “entoná” y generalmente al pasar por mi puerta se daba de cara con mi hermana y conmigo, que pulcramente uniformadas salíamos de casa camino del colegio.

“Ay que pelito tan precioso tienes y que rizos, que parecen hechos a mano”, me decía a la par que me tocaba la cabeza, y mi hermana y yo aguantábamos la respiración para no inhalar el vaho alcoholizado que desprendía.

Y así se pasaba el día la Carmela, dando viajitos al Carguivete con un jarrito de lata de medio litro en la mano, y ahí el echaba el tasquero el vino, “pal guiso”, decía ella que era, pero la cosa es que yo, aún siendo niña, me preguntaba que qué guisaría que le echaba tanto vino. “¡Qué va!, -decía mi madre cuando le preguntaba- si la Carmela no guisa. Tó se lo bebe ella. Una cosa mu mala que es la “bebía”, hija, que menos mal que tu padre no ha “bebío” nunca”, y me dejaba intentando imaginar como sería mi padre “bebío” y porqué la “bebía" era tan mala. Nada, cosas de mi madre, que te dejaba siempre a medias tintas, dando por sentado que una lo sabía todo. Y es que antes, vamos, antes no se les daban a los hijos las explicaciones por todo tal y como se les dan hoy, y yo soy una víctima de “antes”.

La Carmela tenía un marido y tres hijos, una hembra y dos varones. La hembra estaba casada y no tenía muy buenas relaciones vete tú a saber por qué, aunque es imaginable, y de los varones uno era homosexual y hacía su vida independiente y el otro ya comenzaba a hacer sus pinitos con el alcohol.
Ahora, el marido ni te digo. Al marido le decían El Rano, y si veinte viajes daba su mujer a la tasca, el daba cuarenta.
Pero la historia del Rano ya la contaré en otra ocasión, que si no, esto se alarga mucho y entonces no me leen ni las moscas, que los blogueros cuando vemos un post más largo de lo habitual parece que vemos al diablo y pasamos página. (Ahora, juro por dios si lo hay que no soy yo de ésas, pero que vamos, que sé que alguno-as lo hacen y no es que yo lo imagine sino porque me lo han dicho ellos mismo.).

Muchas veces la Carmela venía a mi casa con el jarrito de lata vacío en la mano.
“Mira Lola – le decía a mi madre – a ver si me puedes hacer un favor mujer, que fíjate, que voy a guisar papas con costillas y no tengo vino, y resulta que mi hijo aún no ha llegado con el jornal, a ver si me puedes prestar….” Y me madre le daba las monedas pal vino y algunas veces, cuando podía, le daba huevos y aceite.

“Papas con costillas – murmuraba bajito mi madre luego que ella se fuera - vamos, que no sé yo bien va quién el vino”. Pero nunca le decía que no y siempre le daba el dinero, y eso a pesar de que en casa no reinaba la abundancia.

La Carmela vivía en una casa de vecindad. Nada más entrar al zaguán había una puerta a la derecha que es dónde ella tenía sus aposentos: una sala donde tenía una mesa y una silla y un pequeño infernillo pa guisar. Tenía también una cama, que más que cama era un catre donde dormía su hijo, y más hacia dentro otra habitación que hacía las veces de dormitorio, aunque parece ser que dormían en el suelo, porque según decían, hacía ya mucho que habían vendido los muebles por causa del alcohol.
Yo esa habitación nunca la ví, y lo que sé de la otra es porque lo veía al pasar cuando iba a esa casa a jugar con mi amiga Amparo, y aunque pasaba rápidamente por causa del mal olor que de allí salía, me daba trazas de echar una ojeada. Nada, la curiosidad infantil que no perdona.

Un o dos veces al año la Carmela llegaba a casa con una carta en la mano que le acababa de dejar el cartero para ver si se la podíamos leer, que ella, claro, ya se sabe, nunca fue a la escuela y no sabía leer ni escribir. Eran cartas de su hermano que había emigrado hacía muchos años a “las Américas”, y allí se había casado y formado una familia, y estaba muy bien colocado en el trabajo y que lo ganaba muy bien.
Mi madre le leía las cartas en voz alta y ella lloraba, destilando olor a vino por los cuatro costado entre sus sollozos, y en esos momentos a mi no me daba miedo sino pena, porque aunque ni me lo habían contado, ni yo tenía edad para entenderlo, intuía que su hogar era un hogar destrozado por el alcohol, y si no hubiese sido por ese olor, a vino rancio, la hubiera abrazado.
Las veces que venía con la carta siempre traía dos caramelos de menta que le compraba a Florencio el del Kiosco, uno para mi hermana y otro para mí, a modo de agradecimiento.

Un día la Carmela La Rata no fue en todo el día al Carguitevete, y al otro día tampoco. Su puerta se mantenía cerrada a cal y canto. Por no se qué razón el marido y el hijo llevaban dos días sin ir a su casa, vete tú a saber por dónde andarían. Entonces la casera se asomó desde la calle a la ventana que daba a las habitación, y allí dice que estaba la Carmela en el suelo tirada.
Y bueno, luego el revuelo. Forzaron la puerta y la encontraron muerta al menos desde hacía dos días. Decían que fue un ataque al corazón… que fue que se cayó y se dio un golpe en la cabeza… que tenía la frente morada…

¡Ya se la llevan! – decían los vecinos arremolinados en la calle cuando la sacaban en el ataúd, y mi hermana y yo nos escondimos debajo de la mesa de camilla. “hermana, vamos a rezar un padre nuestro por su alma, que dice Sor Tomasa que hay que rezar para que le sirva de indulgencia y esté menos tiempo en el purgatorio” y rezamos no un padre nuestro, sino el rosario entero y besamos la medalla de la Virgen Milagrosa que colgaba de él, porque nosotras no queríamos que la Carmela La Rata fuera al purgatorio y mucho menos al infierno.

A mi no me dijeron claramente de que murió la Carmela La Rata, pero cuando ya en la noche estábamos mi hermana y yo acostadas (dormíamos en la misma cama), yo le dije:
“hermana, ¿te parece a ti que ha sido por la “bebía”?”. Y ella no contestaba, lo que quería decir que pensaba lo mismo que yo.

(De mi Blog "Albathan")

4 comentarios:

  1. Qué sabia es la inocencia infantil...
    Yo suelo darle a la "bebía" los sábados, y conforme paso de los 25, cada vez lo tolero menos, así que la viejita tenía que tener un estómago de hierro!!!!!!!! Pero muy cierto es eso de que lo puede destrozar todo... En el momento se convierte en un vicio, empieza a haber problemas de dinero, de peleas, de sentimientos que salen a flor de piel mientras culpas a otros por ellos, de desgracias que realmente tampoco lo son tanto, de malas compañías que también necesitan beber todos los días y se dan a la mala vida y te arrastran detrás...
    No pienses que yo soy así eh? ya te digo, sólo los fines de semana y cada vez.. menos xD pero es que estas cosas siempre suelen ser así... y es una mierda.
    Me ha intrigado tu comentario en mi cajón abierto... ¿tanto dice de mí el escribir sobre vidas pasadas???
    Tú también me dejas a medias tintas, como a ti tu madre!!!!!
    xDDDD

    Muchos besos, mushasha!!!!!!!!!!

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  2. Todos hemos conocido en nuestro entorno alguna "Carmela", más en los pueblos que todos nos conocemos. Y tantas que además acabaron sus días rodando las escaleras. Los golpes de las mujeres siempre eran debidos a sus malas cabezas y sus despites, ¡así ha sido siempre! Es bueno que eso al menos, esté cambiando.
    Besicos.

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  3. Mi abuela tenía al menos dos vecinas de esas, Carmelas :) Tienes razón, esta entrada es larga, pero la historia engancha, por estar tan bien novelada. Te hubiera dado para 3 entradas al menos :)

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  4. Me ha encantado, tengo los pelillos de punta ahoa mismo, no se si por el texto o por las chanclas en contacto con el terrazo, creo que por lo que acabo de leer.

    Preciosos

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