lunes

La Tía Juana

("Junto a la Alberca"-Oleo sobre tela de S. Melgarexo)

Apenas contaba yo poco más de siete años cuando solía pasar, junto con mi hermana de cinco, algunos días del estío caluroso en una huerta de labranza que poseían los abuelos de unas amigas nuestras, vecinas y compañeras de colegio.

Andaba Julio bastante avanzado, e inmisericorde derramaba sus acalorados rayos sobre la tierra derritiendo todo aquello que encontraba a su paso, cuando llegaban los días de pasarlos al fresco y a la sombra de la frondosa huerta, en pleno campo.
Era una huerta familiar situada muy en las afueras de la población, en un tiempo en que cuando la ciudad terminaba, grandes extensiones de campo se prolongaban hasta la ciudad siguiente, sin apenas carreteras que los cruzasen y en donde tan solo serpenteantes caminos polvorientos cortaban el color pajizo del pasto seco.
La huerta distaba varios kilómetros de la ciudad, y allí convivían la madre de mis amigas, abandonada un día por el padre de su cuatro hijas, aunque una de ellas murió siendo un bebé, junto con sus padres, ya mayores, a los que todos llamaban Máma María y Pápa Camilo, sus dos hermanos solteros, ya de una edad considerable, o al menos mi hermana y yo, con la visión de la niñez así lo intuíamos, aunque puede ser que no pasaran de los treinta, y una hermana a la que nosotras intentábamos evitar por todos los medios: La tía Juana.

La huerta tenía un Tinao que hacía las veces de vaqueriza en donde mantenían a tres vacas lecheras. También tenía cochineras con cochinos, gallineros con gallinas, conejeras con los conejos y sus crías, que hacían nuestras delicias, 

(“Niñas dejarse ya de tocar a los conejitos que se va a enfadar la madre y os va a dar un bocao.” Y nosotras retirábamos la manos como si hubiésemos tocado al mismísimo diablo.)

un palomar cuyas habitantes no dejaban de arrullarse y un sin fin de árboles frutales que nos embelesaban con el colorido de sus frutos.
También tenían sembradas gran cantidad de verduras y hortalizas, divididas por surcos que los propios tíos habían trazado con sus azadas, cuyos productos, junto con la leche de las vacas y los huevos de las gallinas, vendían cada día en el mercado de la ciudad, para lo cual tenían que salir antes de que se levantara el sol y hacer el camino en un mulo y una yegua que llevaban cargados con la mercancía en unas angarillas. La leche la transportaban (una vez añadida el agua correspondiente para sacarle más beneficio), en unas enormes cántaras de zinc que olían a cuajo, a vaquerizas y a estiércol.

Toda la huerta en sí era un tenue torrente de agua que la regaba continuamente, agua proveniente de lo que para nosotros era el mayor tesoro: La Alberca.
En la alberca el agua estaba entrando y saliendo continuamente llegando directamente del manantial subterráneo.
Agua fresca y murmurante, nacida de lo más profundo de la tierra y que la llenaba por una oquedad en una de sus paredes, para escapar después por otra y regar los surcos de las hortalizas, los huertos y la arboleda.
Yo disfrutaba bañándome en la alberca a pesar de que la frialdad del agua me entumecía el cuerpo y de que me daba un cierto respeto  que no se divisara el fondo. El agua era clara y cristalina, pero debido a la verdina y las algas adheridas a su fondo y sus paredes, aparecía oscura. Siempre me parecía que algo habitaba en su profundidad y nos podía echar mano a mi hermana y a mí en algún momento 

(“Hermana no te alejes, no te vayas a lo hondo que no sabemos nadar.” “No hermana, estoy agarrada al borde.”) 

y nos quedábamos allí, junto a la escalera de escalones de piedra también oscuros y resbaladizos, en donde más de una vez divisamos alguna que otra rana.
La alberca era un lugar de juego y de disfrute para nosotros, bien en las escalerillas, o bien en el mismo centro, agarradas a la cámara neumática de algún camión que tal vez dormitase entre chatarras. Estábamos felices siempre y cuando no apareciera la tía Juana.

La tía Juana era la hermana menor de la madre de mis amigas. Era joven, poco más que una adolescente, pero era siniestra, misteriosa, sombría… Se paseaba por la casa o entre los huertos como una sombra. De repente mirabas a tu lado y allí estaba, callada y seria. Observando. No sabía yo cómo hacía para aparecer y desaparecer de esa forma tan silenciosa, sin movimientos ni ruido. Incluso caminaba como si no posase los pies en el suelo. Tal y parecía que se deslizaba en lugar de andar. Mi corazón saltaba como un loco cuando la sentía junto a mí.
A veces, a la hora de la siesta cuando la chicharra encolerizada chirriaba bajo el silencio estival y nosotras jugábamos junto al pozo a los cromos, mientras nos hacía la digestión el almuerzo, 

(“Niñas, cuidaíto con bañarse a la hora de la digestión. Tenéis que esperar por lo menos dos hora o si no, les puede dar a ustedes una congestión.”) 

nos sorprendía la tía Juana escondida detrás de algún árbol, con la cara hinchada y abotargada, de color violáceo y los ojos saltones. El corazón nos latía entonces a mi hermana y a mí con una fuerza extrema. 

(“No la mires hermana, no te vaya a echar un mal de ojos.” “No, no.)

Si nos estábamos bañando con gritos y alborotos en la alberca, ella nos observaba desde el borde con mirada penetrante. Parecía que ni siquiera parpadeaba. No hablaba. Tan solo nos miraba.

Un día dentro del agua, nuestros juegos se rompieron de repente. Pasamos en un instante de la risa al horror. Ella estaba dentro en la alberca, en la parte honda. No la vimos, no la oímos, no sentimos el movimiento del agua cuando un cuerpo se lanza a ella. Nada. Pero allí estaba. Solo veíamos un bulto bajo la superficie y su ropa florando como un globo que se eleva en el aire. Ella no sabía nadar. Nuestros gritos alertaron a los hermanos y los padres (casi dos ancianos), que la sacaron entre la violencia de los varones y las arcadas de ella. Solo tos y arcadas. Ni llantos ni lamentos ni explicaciones. No hablaba. O no quería hablar, porque a veces la oíamos balbucear cuando nos espiaba.
Aterrorizadas nos arremolinamos en una esquina de la alberca dentro del agua, con más curiosidad que miedo ,con nuestros cuerpos tiritando, y no precisamente por el frío.

(“¿Por qué está así tu tía?”)
(“Mi madre dice que es porque un día cuando estaba con la regla comió muchas morcillas calientes de la matanza del cerdo que la Máma María acababa de hacer. Y se volvió así. Dice mi madre que no se pueden comer morcillas calientes cuando se está con la regla.”)

Con esa edad ni ellas ni yo sabíamos lo que era la regla, con lo que el misterio y la intriga tomaban para nosotras unas dimensiones que se escapaban a nuestra comprensión.

La tía Juana era un misterio tal y como fue un misterio su final.

Un día que celebraban la Nochebuena en la huerta la encontraron muerta. Estaba en una de las pequeñas habitaciones, humilde y sencilla como todas las de la casa, dónde sólo tenían cabida una pequeña cama y una mesilla de noche. Allí, según dijeron, tuvo la mala fortuna de caer tras un tropezón y fatalmente golpearse la cabeza con los hierros de la cama. Y nada más. Esa fue su muerte. En un reducido lugar de reducidas dimensiones dónde no había espacio ni para dar un traspiés. Pero nadie puso objeciones y aparentemente nadie se extrañó. O no quiso demostrar que se extrañaba. El médico forense acudió y cursó el correspondiente certificado de defunción sin poner ningún inconveniente.

Sin embargo al poco tiempo comenzaron a surgir rumores de que los hermanos varones la embriagaron, que quisieron acostarla y ante la negativa de ella usaron la violencia…. Un gesto desafortunado, un forcejeo, un empujón, un mal golpe…

(“Pobrecita la tía Juana hermana, se había emborrachao y eso es un pecado, ojalá que Dios la haya perdonado y esté en el cielo.” “Ojalá hermana, ojalá, vamos a rezar un Ave María por ella.”)

También se escuchó decir que era la fuente de desahogo de los dos hermanos solteros, y que aquella noche al querer forzarla ella se resistió… 

(“¿A qué querrían forzarla hermana?” “Yo no sé, a lo mejor a que dejara la habitación recogida antes de acostarse.” “Puede ser”). 

Nunca se supo en realidad lo sucedido, tan solo que esa pobre alma atormentada dejó de existir. Partió con rumbo desconocido para nosotros y sin saber quien hizo que se fuera ni porqué. No se volvió a pronunciar su nombre.

Incomprendida, misteriosa, desgraciada tía Juana.

25 comentarios:

  1. Verdial que buena narrativa, al principio ese paraiso que cada día pierde espacio ante el concreto y que triste transito el de la tia, que encubriaria detras de tanto silencio, que vida triste en medio de un paraiso terrenal.

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  2. Verdial, cuantas historias parecidas viví en la niñez.
    las huertas a las afueras. Los baños en las albercas, frías y tenebrosas pero a la vez, tan necesarias para los juegos y para mitigar el calor veraniego.
    Cuantas historias y mitos de la regla, de las "Tías Juanas" que normalmente, en muchas casas había, así como esas muertes extrañas, eso que en voz tenue se comentaba: "Habrá sido forzada" y con que naturalidad al mismo tiempo. Cuantos "cuchicheos" y que triste ahora cuando lo pensamos. Esa época cuando la recuerdo, suelo verlo todo oscuro, ahbitaciones en penumbra. miradas tras los visillos y mucha palbrería dicha a media voz, bien porque había ropa tendida o bien, porque se sabía que se difamaba, se criticaba algo que también ocurría en la propñia casa. Un tiempo como te digo gris, oscuro y triste, aunque con nuestros pocos años, no erámos coscientes de ello. Vivimos la posguerra que fue muy difícil para todos los nuestros.
    Me has devuelto a la niñez.

    Besicos muchos guapa.

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  3. Amiga, quedé inquietado... Has pasado, sin miramientos, de las delicias bucolicas a lo mas negro de la España profunda... Queda uno impresionado, inquietado...

    Todos, en la niñez, hemos vivido algun momento inquietante, pero tu lo has recreado magistralmente.

    Un fuerte abrazo, Verdial

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  4. Vaya, Verdial, estaba yo tan feliz en ese oasis tan hermoso que nos cuentas...
    Pobre tía Juana. No parece que llegase a conocer un atisbo de felicidad.
    Un gran relato.
    Abrazos

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  5. ¡Chiquilla me has impresionado! Has pasado de un relato de agradables recuerdos a algo tenebroso y que desgracidamente aún se repite por ahí. ¡cuántas tías Juanas no habrán y de las que posiblemente nunca sabremos nada!
    Un beso y felicidades por esa forma que tienes de contar las cosas.

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  6. Menos mal que mis felices recuerdos de una alberca coinciden sólo con la primera parte de tu hermoso relato. Gracias a Dios no tuve oprtunidad de vivir nada de lo que narras después.
    Un beso

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  7. Menos mal que mis felices recuerdos de una alberca coinciden sólo con la primera parte de tu hermoso relato. Gracias a Dios no tuve oprtunidad de vivir nada de lo que narras después.
    Un beso

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  8. Siempre existen personas que por alguna razón son condenadas a este tipo de vida y a las cuales nadie mira ni atiende; personas que pasan por la vida misteriosamente y que sólo hallándo la muerte salva de esa vida de horror. Un gran abrazo, trsite tu relato, pero toda una realidad.

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  9. Hay muchas "almas atormentadas" que pasan por la vida como una sombra siniestra, quizá algún dolor las abocó a la tristeza y a la amargura. En mis recuerdos permanecen, al menos, dos mujeres, cuyo paso por la vida pareció no dejar la huella que merecían. Pero no es así porque yo las recuerdo y también marcaron mis escritos.
    Tú has plasmado la historia de la Tía Juana, maravillosamente, en su justa memoria y con la belleza de los paisajes de la infancia.

    Besos

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  10. Pobre tía Juana, presa de su propia vida y, lo que es peor, de la de los demás. Lo triste es que todos conocemos e incluso en alguna faceta de nuestra vida nos hemos sentido identificados con la tía Juana...

    Saludos.

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  11. Hola querida Verdial.

    Un relato que pasa por varios matices,coincido con la opinión de que posees una excelente narrativa,hoy me llevaste a otra época entre risas infantiles ,ingenuas y curiosas,al hilo de una mujer que es la historia de muchas mujeres,una vida difícil de comprender un final triste y oscuro...Has dado una clase magistral.

    Un abrazo de corazón le llamo maestra!

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  12. De mi pueblo mis padres y mis tíos hablan de historias así, de personas misteriosas y encerradas en su propio mundo que tuvieron finales desgarradores. Aún hoy, siendo ya nosotros mayores, se ocultan y lo tapan como si fuera el mayor de los misterios. Todavía no se explican como la Brígida, que era mu hábil con el horno, se quemase viva haciendo pan...

    Un besazo enorme!

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  13. Como todos tus relatos este no iba a ser menos espectacular, con la sencillez puesta al servicio de tu genialidad. Muchos pasan de largo en nuestras vidas, quedando tan solo ese misterio que no sabemos resolver o entender, sobre todo cuando de pequeños todo nos parece tan grande e infinito que le damos una dimensión tan especial...

    abrazzzusss

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  14. Eres una narradora de alto vuelo, y esta joya es un documental acerca de la vida mínima en los pueblos brutales de toda la tierra.
    Nadie sabe la infancia que uno lleva callada.
    Un abrazo, amiga, de todo corazón!

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  15. Magnífico relato, y te dejo un abrazo hasta tu vuelta.

    Maite

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  16. Mi querida Verdial....otro relato para disfrutar....¡si señora! con mayúsculas...
    cuantas vidas como las de la tía Juana....cuantas sombras...

    Y hablando de sombras...resguardate de estos calores estivales tan esperados, y disfruta mucho el veranito, yo también las comienzo hoy, aunque no me iré hasta agosto, asi es que aquí espero tus relatos, tu vuelta ¡amiga!
    Abrazote inmenso

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  17. Verdial...amiga, de nuevo vuelvo por aquí despues de tanto silencio forzoso....
    Disfruta de tu descanso y siempre estaré a tu vuelta.Mientras me iré poniendo al dia de tus relatos.
    Un beso.

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  18. Qué buen relato y perfecta la visión de la niña para contar la historia, eres sorprendente, luego esa descripción sublime del campo, sólo puede generar aplausos.

    Felices vacaciones!! Un beso.

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  19. La España profunda...
    Me encantan tus letras y tu sentido del relato, cómo lo estructuras, con descripción incluida.

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  20. ¡Cuantas tías Juanas están en las vidas de muchos de nosotros!, es un relato muy especil, contado con mucha delicadeza y al mismo tiempo, directo.

    Que descanses.

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  21. Buenas vacaciones y te esperamos con nuevas y profundas historias. Te necesitamos.

    Besos,

    José Luis.

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  22. Admiro tu genial capacidad para la narrativa y confieso que me has impresionado. Un tema de la realidad cotidiana con geniales secuencias y contenido conmovedor. ¡Excelente!Felicitaciones!Felices vacaciones! Un abrazo grande.

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  23. Qué hermoso y triste relato.
    Me gusta el modo en que describís todo, transportándome hacia el lugar hasta en los mínimos detalles y sintiendo ese espacio y hasta escuchando esas frases.
    Terrible vida y misterio el de la Tía Juana! Y terrible también que las niñas estuviesen en medio de toda esa historia. Imagino que las habrá marcado mucho y fuerte a vos y a tu hermana.
    Cuántas mujeres guardan, aún hoy, historias terribles de abusos, con la complicidad de la familia!!
    Me ha encantado tu espacio. Sólo lamento haber tardado tanto en llegar. Me quedaré aquí viendo tu verde.
    Un abrazo.

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  24. Verdial, muchas gracias por todos tus comentarios. Yo hoy vengo a despedirme de todos aquellos que habéis participado en mi rincón y no han sido solamente comentarios sino algo más, una reflexión, animo para seguir hacia adelante y mucho más. Me da pena dejar mi espacio pero creo que ahora mismo tengo que centrarme por completo en mi trabajo, que poco a poco me dejaba menos espacio para algo tan maravilloso como es escribir. No creo que lo deje nunca pero no para publicarlos. Muchos besos y no dejes de escribir, que es maravilloso leerte.

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  25. Pobre tia Juana. Hay personas asi: que nacen solo para sufrir...

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