José “el Herrero” pasaba todos los
días dos veces por la puerta de mi casa, al mediodía y al caer la tarde, y las
dos veces que pasaba, lo hacía dando camballadas de un lado a otro de la acera.
Todas las ocasiones venía de la tasca de la esquina “el carguivete” (carga y
vete), y haciendo honor al nombre de la tasca, salía de allí bien cargado de
vino.
A mi hermana y a mí nos daba mucho
miedo José “El Herrero”, ya no sé si por su figura corpulenta siempre enfundada
en un mono azul, por su constitución alta y robusta, por su enorme cabeza
rapada, o por su cara grande y redonda de color amoratado, aunque lo más seguro
es que fuera porque sabíamos que venía borracho y eso nos daba miedo, dada las siniestras historias de borrachos
que nos contaba mi madre.
“Venga niñas, ir a sentarse al poyete
de la puerta a comeros la naranja”,
Nos mi madre decía después de
almorzar, y allí nos sentábamos mi hermana y yo, con nuestros uniformes de
colegialas para comernos la naranja y de paso ver si pasaba por la carretera
algún coche americano, que en aquel entonces estaban muy de moda.
Pero la realidad era que nuestras
mentes estaban puesta en la esquina de la calle por ver si en algún momento
asomaba por ella José “El Herrero”. Y sí, casi todos los días aparecía.
El ver el corpachón del hombre y
meternos rápidamente para adentro era todo en uno.
“¡Omaíta, omaíta!, ¡que viene “el
Herrero”!”
Y las dos nos escondíamos bajo el
delantal de mi madre.
Y mi madre nos tranquilizaba:
“Pero si no os va a hacer ná, si lo
que le pasa es que se emborracha, venga, sentaros en el poyete que si ustedes
no le dicen ná, él tampoco”
Y las dos cogidas de la mano nos
sentábamos de nuevo a esperar que pasara, temblando porque no nos fiábamos
mucho y deseando que se alejara cuanto antes.
José “El Herrero” vivía con su
hermana varias casas más arriba de la nuestra,
era de edad mediana y soltero. Según decían los vecinos de la calle
nunca se le había conocido novia alguna, por lo que su única compañía era el
vino de la tasca “carguivete”.
Mi madre se solía aprovechar del
miedo que nos daba para amedrentarnos cuando nos portábamos mal o la
desobedecíamos,
“mira que como seáis malas voy a
llamar al “Herrero””; mira que como no os durmáis pronto va a venir el “El Herrero”
a por ustedes; mira que como os sigáis peleando, viene “El Herrero”… y “El
Herrero” era para nosotras la encarnación del diablo, aunque no sé yo que mal
nos hubiera podido hacer, poco, dada las condiciones en las que pasaba, pero a
nosotras nos daba un pánico atroz.
Y así mi hermana y yo vivíamos
obsesionadas con el hombre cuyo único delito era emborracharse dos veces todos
los días.
Un día mi madre nos engalanó a mi
hermana y a mí con los vestidos blancos de organdí para ir a hacerle una visita
a nuestra abuela Concha, la madre de ella.
“Ea, mira que requetepreciosas
estáis. No ensuciaros mientras yo me arreglo que ya mismo nos vamos.”
Y nos quedamos las dos en la puerta
de la calle deseando que pasara la Esmeralda o la Amparito para que nos vieran
tan guapas. Pero no, no fueron ellas las que pasaron, sino “el Herrero” al
mismo tiempo que junto con mi madre salíamos de la casa. Mi madre nos tomó las
manos para emprender el camino, justo detrás del hombre que caminaba dando
camballadas a causa de la cantidad de vino que llevaba metido en el cuerpo. Yo
temblaba.
Tan solo habíamos recorrido unos
metros cuando “el Herrero” dio un traspiés y cayó al suelo dándose con el
borillo de la acera en la cabeza de la que comenzó a manar mucha sangre. Él no
se movía, seguramente perdió el conocimiento, pero mi hermana y yo creíamos que
estaba muerto.
Abrazadas nos pegamos a la pared sin
querer mirar, pero mirando como el Herrero no se movía.
“Hermana, vamos a rezar por él pa que
vaya al cielo.” “Sí hermana, Padre nuestro que estás en los cielos…”
Mi madre, ajena a nosotros, se acercó
a socorrer al hombre, que ya había vuelto en sí, y aviso a una vecina para que
le ayudara a levantarlo. También avisaron a su hermana, que se lo llevó a la
Casa de Socorro para que lo curaran.
“Pobrecito hermana, ¿Mira que si se
hubiera muerto?” “Menos mal que está vivo, eso será porque rezamos.” “Sí,
seguramente es por eso.”
Mucho tiempo nos duró el susto, pero
desde entonces vimos al “Herrero” con otros ojos, y dejó de darnos miedo.
Imagen: "Niña" - 1921 - Óleo sobre tela - Petrona Viera
Una historia muy tierna y graciosa.
ResponderEliminarLos miedos que uno pueda tener de una persona sin razones, pero tal como lo describes teníais bien razón de temerlo.
Besos
Entonces os distéis cuenta de que tan sólo era un pobre hombre, más digno de compasión que de miedo.Yo creo que todos hemos conocido a algún "herrero" cuando éramos críos, que nos daba miedo sólo porque no lo conocíamos lo suficiente.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuando somos niños los miedos pareciera que los aumentamos mas de la cuenta, con el paso del tiempo, al crecer, la perspectiva aun siendo la misma nos hace verla diferente...abrazzzusss, disfruto mucho con tus relatos.
ResponderEliminarNo era un ogro, solo un hombre que que se hacía daño a si mismo, y que seguramente tendría una triste historia que nunca le contó a nadie.
ResponderEliminarUn beso
Hay personas cuya apariencia nos lleva a formarnos un concepto equivocado sin embargo hay otras cuya belleza nos cautiva a tal punto de no darnos cuenta del terrible daño que a veces nos hacen. En fin, es mejor conocer a la personas y descubriremos que detrás de ése aspecto fiero tal vez se encuentra un buena persona.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Verdial
Que entrañable historia mi querida verdial...en todos los pueblos hay una historia similar, sino el herrero...otra persona cualquiera, con cualquier otra profesión, pero siempre y de fondo el problemón del alcohol....cada día más de moda y a más tierna edad.
ResponderEliminarLa historia preciosa de verdad, al más puro estilo verdial otoñal que a mi tanto, tanto me gusta y del que tanto disfruto, mi estimada amiga.
Abrazotedecisivo y buena semanita recién comenzada.
Nice story!
ResponderEliminarConchi, si que es bonito el relato. Parece sacado de una película de otros tiempos. Me gusta mucho
ResponderEliminarQue pena pensar que algunas personas nunca fueron nada en la vida, nunca hicieron nada, salvo servir de miedo a unas niñas...
ResponderEliminarAy, una terrible vida esta de la que hablas, amiga
Un abrazo fuerte
Hola Verdial me ha gustado mucho la historia. Yo también tuve mi "ogro particular" era un señor que recogía las basuras, siempre andaba sucio y sin embargo detrás había una historia conmovedora, claro que sólo pude comprenderla cuando ya fui mayor.
ResponderEliminarBesos y buena semana.
Hola y buenas noches..
ResponderEliminarUna preciosa historia llena de sentimiento.. la mente a veces nos juega malas pasadas y vemos a personas como ogros, y si nos parasemos a pensar, veríamos que esa persona solamente tiene problemas...
Un placer pasar a visitarte.. saludos
Leyéndote, no he dejado de recordar detalles de mi infancia: lo de comer la naranja en el poyete, tras el almuerzo, lo del miedo que nos metía mi madre a mi hermana y a mi de pequeña, lo de ¡omaita!:):):)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato. Mucho
Besos
Un retazo tuyo de lo más precioso, casi o parece un cuento para niños con su moraleja...
ResponderEliminarVerdial, lo estoy pasando mal, la depresión no cede, gracias por preocuparte por mí.
Un abrazo muy fuerte.
maite
Siempre estupendas las cosas que nos dejas.
ResponderEliminarSaludos y buena tarde de viernes.
Querida ,un texto que reivindica como las debilidades de otro nos conmueven y nos marcan,somos tan sensibles de pequeños que experiencias como estas nos suelen ser útiles cuando maduramos.
ResponderEliminarEscrito con sensibilidad y buen gusto.
Un abrazo guapa.
UN excelente relato. Pobre hombre, me da mucha pena. Nosotros conocimos a uno igual....
ResponderEliminarUN abrazo.
andamos trajinando miedos toda la vida, como si no pesaran!
ResponderEliminarQue historia más bonita, tienes muy buenas publicaciones, seguiré visitándote.
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